Pídeme un deseo
Antonio Iturbe también está enamorado de Saint-Exupéry, de la metáfora del vuelo y de la lucha por lo imposible, tanto en el esfuerzo físico como en la pasión. Por eso ha ganado el Premio Biblioteca Breve con una novela como ‘A cielo abierto’, dedicada al autor de ‘El Principito’.
Antoine de Saint-Exupéry (Lyon, 29 de junio de 1900 – Isla de Riou, 31 de julio de 1944) escribió y dibujó El principito. Solo por eso ya deberíamos quererle. A pesar de que su mejor obra, la más sensible, la más humana, la más épica y la más lírica, sea Tierra de los hombres. Pero además de todo ello, uno está convencido de que Saint-Exupéry tenía dentro más humanidad que cualquiera de nosotros. Le faltaría tiempo para conmoverse, para enviar un contenedor de mantas a los países que sufrieron un terremoto, para convertirse por sí solo en un equipo de salvamento en una riada, para acoger refugiados. Saint-Exupéry no descansaría hasta reunir las siete mil millones de firmas, que se corresponden a los siete mil millones de humanos que pueblan la Tierra, a través de Change.org, para protestar contra la tortura, e incluso ofrecería cambiar su corazón por el del negro de Alabama condenado a muerte sin suficientes pruebas, porque no existen pruebas suficientes como para condenar a nadie a muerte. Ver el rostro de un sociópata de Wall Street le provocaría varias horas de fiebre, que solo se curaría recitando Los Versos del Capitán o El Cantar de los Cantares. Los libros eran sagrados, incluidos los de las religiones, en el altar de Saint-Exupéry, que contaba con una caja de lápices Alpino, la que utilizó para dar color a los dibujos de El Principito, porque sin esos lápices no hubiera podido inventar la cobra que se tragó un elefante.
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