Historias de salacot y fortasec
Enrique Vaquerizo Domínguez
Viajes al pasado
Madrid, 2017
320 páginas
"Se trata de un libro de viajes sobre uno de las zonas de África que menos viene a la cabeza cuando pensamos en el viaje romántico al continente negro. En ese pensamiento a todos nos vienen a la mente los safáris por Kenia o Tanzania, el crater del Ngorongoro o las nieves del Kilimanjaro. Al contrario, Enrique Vaquerizo viajó durante varios años por diferentes países de África occidental, donde vivió de primera mano la realidad de esa parte de África.
“No hay tierras extrañas. Es el viajero el único que es extraño.” La frase pertenece a Robert Louis Stevenson, pero la interpreta Enrique Vaquerizo mientras nos cuenta África. Y como el escritor escocés, también él se viste de Doctor Jekyll o de míster Hyde para describir el conflicto eterno de algunos pueblos o la serenidad de sus desiertos. Y nos habla de islas sin tesoros o de los tesoros escondidos en los acantilados del país de los dogones; de la fatalidad de un continente acostumbrado a desenfundar gobiernos en el Golfo de Guinea, a pastorear el futuro sobre los pastos sin pastos del Sahel o a cazar el pan de mañana en las selvas de Camerún.
He viajado en varias ocasiones a esta tierra, a este continente descarado, que se ama siempre por primera vez, que se consiente como a un niño. Basta una sonrisa abierta para disculpar el caos de sus ciudades, basta el sonido de los tambores para reconciliarse con su desorden, basta una playa de pescadores para olvidar el estruendo bélico de su Historia.
África no se explica, pero quien se entrega a ella acaba deslumbrado por el desastre, feliz de tropezar una y otra vez por los caminos de tierra hacia ninguna parte. Enrique Vaquerizo nos va describiendo de forma magistral la insensatez de vagar al pairo por un continente ya de por sí desnortado. Y al mismo tiempo, nos convence de seguirle en su camino, nos contagia de esas ganas de abrir la puerta de la próxima aldea.
El extraño empeñado en ser residente en un barrio precario de una ciudad desordenada de un país alejado de las grandes rutas turísticas
Una de las virtudes de este libro es que nos regala una doble experiencia. Por un lado, el autor se convierte en habitante, el extraño empeñado en ser residente en un barrio precario de una ciudad desordenada de un país alejado de las grandes rutas turísticas. En su relato entendemos el ritmo de esos pueblos, la relatividad del tiempo de los lugareños, que aseguran que “la prisa mata”. Nos invita Vaquerizo a sentarnos junto al dintel de su puerta, a rodearnos de niños sin padres o padres que son como sus niños. Conoceremos el continente en los fogones de la mujer africana, en la charla con los ancianos, así, poco a poco, hasta distinguir sus olores, sus historias imposibles y su ley sin leyes en los arrozales.
Esta es la parte de los detalles, del África sin leones, del Fortasec y las letrinas, pero también de las charlas junto a un fuego y la amistad forjada con el paso de los meses. Vemos pasar el mundo como lo ven los africanos. Acabamos conociendo a los aldeanos, nos encariñamos de ellos y nos reímos con situaciones surrealistas, porque el relato está cargado de una ironía exquisita. El autor ha desarrollado una gran habilidad para reírse de sí mismo, para recordarnos que él es el extranjero, él es el extraño.
Por otro lado, las páginas van a irse cargando de kilómetros y nos llevarán a algunos confines extraordinarios. El libro evita cualquier tentación que apunte a la épica, no hay presunción ni juicios dogmáticos y cualquier atisbo de tópico será vapuleado con una dosis justa de realidad. Tampoco encontraremos una sucesión de trucos de magia de un gran viajero, y sin embargo, Vaquerizo lo es. Es un gran viajero porque es sincero, porque es terco y porque es un adolescente con mochila. Pero también hay espacio para la reflexión, para una mirada más afilada para rescatar la Historia de algunos de los países más olvidados del planeta.
Confía casi en cualquiera que le tiende la mano y se deja llevar arrastrándonos también a nosotros a los arrabales de la cultura africana
En esta parte del mundo el viajero es más viajero, porque se adentra en el laberinto, en un caos de etnias, ciudades abigarradas, islas perdidas y autobuses llenos. Enrique Vaquerizo está empeñado en salirse del camino, confía casi en cualquiera que le tiende la mano y se deja llevar arrastrándonos también a nosotros a los arrabales de la cultura africana. Donde la magia aguarda.
Ese es el contexto en el que se ha de desenvolver el protagonista, el que sueña con lucir su salacot y https://www.acheterviagrafr24.com/prix-viagra-pharmacie/ alcanzar un lugar donde perderse entre los parques naturales y ciudades desvencijadas. Quien alguna vez se ha adentrado en África sabrá que allí puede pasar cualquier cosa, que es un territorio de desproporciones. Más allá del perfil de las jirafas hay reyes mezclados con pescadores, tribus donde los hombres bailan para las mujeres o aldeas donde los adolescentes combaten como guerreros.
Sin embargo, Historias de salacot y Fortasec no habla sólo de un viaje. Habla del conflicto entre las ilusiones y la tiranía de algunas realidades. Nos hace recapacitar sobre las prioridades de dos mundos que se cruzan. Durante siglos, millones de nativos han emigrado con pateras o con grilletes a otros continentes porque África se les había acabado, porque la vida allí es sólo una posibilidad, porque el hambre suele viajar a la deriva, porque a veces ni a codazos se puede salir adelante. Mientras tanto, para muchos blancos, África es un comienzo cargado de buenas intenciones, es la aventura, la redención, el caminar sereno del elefante, el amor eterno a la sombra de los baobabs.
El lector irá pasando páginas sin perder la sonrisa, una sonrisa a veces indulgente, a veces sarcástica y a veces tierna
Son algunas de las contradicciones que aborda Vaquerizo en este libro. Y siempre lo hace con cariño, sin cuentas pendientes. El lector irá pasando páginas sin perder la sonrisa, una sonrisa a veces indulgente, a veces sarcástica y a veces tierna. Pero ésta es una historia sincera, porque no hay alardes que impidan entender la experiencia real; es auténtica porque no hay impostura de autenticidad y todo ello contado por alguien que ha recorrido en solitario, durante meses y en varias ocasiones, la parte más áspera de África. Y África me ha acabado impregnando. Confieso que al terminar el libro, me he sentido inquieto, he creído escuchar un lejano tam tam de tambores y hasta me he tenido que sacudir el polvo acumulado del camino.
Y si no alcanzáramos a atisbar los colores de África en la descripción del relato, es justo mencionar que además, el texto cuenta con la complicidad de XXX Vaquerizo, en padre del autor, un artista que ha conseguido ilustrar de forma amable, con pinceladas sencillas y elocuentes, algunas de las escenas más representativas del libro. Se cierra así el círculo de generaciones contando viajes circulares, comunión perfecta entre palabras y acuarelas.
La primera vez que leí un artículo de Enrique Vaquerizo, descubrí a un viajero pertinaz que relataba sus andanzas con gran intención literaria. Más adelante comprobé que esa frescura seguía instalada en nuevas historias que contaban sus pasos por diferentes continentes, en lugares recónditos, en los recodos de un mapamundi.
Hoy no sólo se le puede considerar un explorador, -que es lo máximo a lo que un alma inquieta puede aspirar en estos tiempos-. Además, se ha convertido en un escritor que amenaza con ocupar un puesto relevante en la literatura de viajes de nuestro país.
Daniel Landa. Prólogo del libro de Enrique Vaquerizo: Historias de Salacot y Fortasec. Editorial Viajesalpasado
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