Lo que corre por mis venas
Las cartas que Sheila MacDonald escribió a su madre desde Rodesia, la actual Zambia, son una crónica fresca y llena de sentido del humor sobre la vida de una mujer recién casada en la antigua colonia británica, donde la autora no pretende ser otra cosa que una europea en África.
La libertad es un éter que va tirando de ti mientras caminas, como si tuvieras atado a la muñeca al mejor amigo del hombre y éste te mostrara, con el rabo alzado, lo que supone tener ganas de vivir. Y cuando llegas a casa, escuchas inevitablemente la música del piano, sin darte cuenta de que eres tú quien acaricia las teclas. Lo difícil es aprender que no se puede tocar el piano con guantes de boxeo. Al igual que uno no puede salir de paseo con el perro si le calza botas de hormigón. Cualquiera de las dos cosas te llevaría a perder la sonrisa. Conseguir que una obra transmita esa alegría de vivir es un mérito tan extraño que la cataloga en la antología de narraciones únicas. Por ejemplo, en toda la historia del cine solo existe una película que lo consiga, y eso a pesar de ser un musical; se titula Cantando bajo la lluvia.
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