Tara
Tari
Capucine
Trochet
Traducción
de Cristopher Morales Bonilla
Almayer
Barcelona,
2025
266
páginas
Lectora
de Jules Verne, de Henry David Thoreau, de Théodore Monod, del poeta belga Maurice
Carême, del astrofísico Hubert Reeves y admiradora de Epicuro y Buda, entre
otras muchas personas, Capucine Trochet (Tours, 1981) escribe con afán de
revivir un viaje por mar que significa consagrarse a la libertad. Tara Tari es
el nombre de un barco velero muy pequeño, construido básicamente con yute, lo
cual hace que lo más característico de él sea la fragilidad. Lo difícil, pero
meritorio, es conseguir que la fragilidad sea lo que nos conceda sentirnos
seguros, porque sabemos que la emoción que más nos importa, que es la libertad,
es frágil, pero garantiza la seguridad de la autoestima bien asentada. Trochet padece
una de esas enormes condiciones que obligan a la gente a permanecer en su casa,
muchas veces lamiéndose las heridas: una enfermedad grave que tiene que ver con
el colágeno la incapacita, por temporadas incluso la condena a la paraplejia, y
la empuja a convivir con el dolor. En estos casos lo más frecuente sería vivir
por inercia, asumir que no te tocaron buenas cartas en el reparto y, si sabes
llevar los asuntos vitales con buen ánimo, aceptar la suerte. Pero Trochet puede
estar hecha de fibras tan frágiles como el yute, pero pertenece a la estirpe de
las personas que saben que vivir por inercia no es vivir. Y agarra al toro por
los cuernos.
Cuando
Trochet enuncia lo que importa habla de «la fuerza disruptiva que puede tener cualquier
tormento, y la dinámica reconstructiva de tener un plan. La ansiedad es un
veneno, incluso para las personas más optimistas; a menudo, el remedio reside
en nuestra fragilidad». A partir de ahí comienza la redacción de este libro de
viajes, apuntando, a lo largo de muchas páginas, cómo prender el fuego de la
voluntad para mantener luego viva la llama. Nos va dictando patologías mientras
nos va convenciendo de que son obstáculos de dimensiones humanas, y por tanto
salvables. Alguien hablará de resiliencia, cuando a lo que asistimos es a la
superación, a las ganas de sentirse libre. Ese anhelo es el que lleva a Trochet
a establecer una relación con su barco bastante simbiótica: ambos estamos
hechos un asquito, por lo que cuidar al barco supone cuidarse a uno mismo. Se
repararán juntos y juntos irán recibiendo actos y pruebas de solidaridad, que
ella vive como actos y pruebas de amistad.
No
hay aventura si no hay renacimiento. Y uno renace dispuesto a descubrir. Para
descubrir es imprescindible la convivencia. De ahí que el viaje de Trochet sea
una sucesión de anécdotas, la mayor parte de ellas relacionadas con la gente
que le sale al camino. Buena parte del libro sucede en tierra, en la costa,
donde está la gente que convive con el mar. Trochet también se relaciona con el
mar así, conviviendo con su gente. Aunque no se olvida de llevarnos de vez en
cuando de navegación, desde la costa mediterránea francesa hasta la isla de
Martinica, en un viaje largo, de más de un año de duración. Buena parte de la
travesía no la hará sola y nos transmitirá el deseo y el beneficio de la
compañía. Trochet se muestra como una persona austera y la austeridad es ruta
directa hacia la armonía. Su aventura sucede con escasa tecnología y serán
escasos los tecnicismos que utilice, porque lo más importante es registrar la
compañía de las ballenas, los tiburones o los delfines. Estamos ante otra
sucesora del niño que gritó que el emperador está desnudo, alguien que nos
recuerda que lo fundamental para vivir sintiéndose seguro no es seguir la
corriente, sino seguir los impulsos. No existen muchas otras fórmulas para añadir
libertad a nuestros días y nuestras noches.
Fuente: Zenda
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