sábado, 12 de abril de 2025

PROSCRITO Y SALVAJE

 

Proscrito y salvaje

Doug Peacock

Traducción de Elena Pérez San Miguel

Errata Naturae

Madrid, 2025

350 páginas

 



El único acto que define la valentí,a fuera de los tiempos de guerra, es aquel en el que uno intenta rescatar su dignidad disolviendo su vida entre pequeñas cosas verdaderas: la fruta del tiempo, el aire puro de la montaña, la puesta de sol, la noche acribillada de estrellas o ese silencio que permite escuchar ladrar a los perros al otro lado del valle. En este mundo civilizado, uno siente constantemente el arrebato de largarse allí donde pueda encontrar esas pequeñas cosas. Para ello no es preciso sufrir trastorno de estrés postraumático, como padecen los veteranos de la guerra de Vietnam en los relatos que nos llegan de Estados Unidos. Doug Peacock (Michigan, 1942) es uno de ellos, pero sus confesiones no parecen indicar que padezca esa tara psicológica, sino, más bien al contrario, que esa parte de su aprendizaje sentimental contribuyó en buena medida a decidirse a llevar una vida sensata: al aire libre y con frecuencia pegada a los osos.

Hemos utilizado la expresión aire libre, que cobra un sentido muy especial si sustituimos el adjetivo por alguno de sus antónimos: aire esclavo, aire cautivo. Dan ganas de huir a la naturaleza cuando uno se plantea la suerte de aire que respira. Huir no es el verbo adecuado, al menos en el caso de Peacock, que va a la llamada de la naturaleza porque es lo que responde a sus inquietudes, a su mapa genético, a todo aquello con lo que nació. Se nos muestra como un Outsider que necesita constantemente renovarse, descubrir, encontrar lo nuevo: «Todo estaba en transición: los insectos y las plantas, así como el río siempre en movimiento, cambiante. Pensé en mi propio apetito de metamorfosis, en la idea de morir un poco, mudar la vieja piel y dejarlo todo atrás. Remar, como caminar, es una forma de meditación. Desarrollas un trabajo práctico, prestas atención a los detalles y -en el mejor de los casos- sales de ti mismo para volver a mirar hacia dentro».

Nuestro caminante va dando fe, a lo largo de varios episodios, de lo que más mereció la pena en su existencia, o al menos de cara a transmitir las ganas de vivir a los que le lean. Viaja a diversos lugares del planeta y el centro de interés de cada viaje suele ser una especie animal, especialmente algún oso, aunque también entran en juego otras leyendas, como los tigres o los habitantes de las islas Galápagos. A lo largo de los textos se sale muy poco del relato propio de la aventura: no es digresivo ni diletante, es directo, nos comunica como si quisiera que estuviéramos acompañándole. Y es que lo que nos ofrece es justo lo contrario del mundo de las pantallas y las redes sociales, es un planeta que todavía existe y del que solo disfruta quien se atreve a vivir. «Queda mucha tarea por delante: hazla con decencia», nos sugiere, antes de recordar la célebre frase de Walt Whitman: «Resiste mucho, obedece poco».

Peacock representa una forma de ecologismo que ya no es frecuente, pero sigue siendo un modelo. Nosotros le admiramos tanto a él como él admira a las aves y a los grandes mamíferos. En buena medida es un modelo, un guía. Y en esta ruta en la que andamos tan desamparados, no nos vienen nada mal estas voces que nos ayudan a orientarnos en la niebla.

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