Proscrito
y salvaje
Doug
Peacock
Traducción
de Elena Pérez San Miguel
Errata
Naturae
Madrid,
2025
350
páginas
El
único acto que define la valentí,a fuera de los tiempos de guerra, es aquel en
el que uno intenta rescatar su dignidad disolviendo su vida entre pequeñas
cosas verdaderas: la fruta del tiempo, el aire puro de la montaña, la puesta de
sol, la noche acribillada de estrellas o ese silencio que permite escuchar
ladrar a los perros al otro lado del valle. En este mundo civilizado, uno
siente constantemente el arrebato de largarse allí donde pueda encontrar esas
pequeñas cosas. Para ello no es preciso sufrir trastorno de estrés
postraumático, como padecen los veteranos de la guerra de Vietnam en los
relatos que nos llegan de Estados Unidos. Doug Peacock (Michigan, 1942) es uno
de ellos, pero sus confesiones no parecen indicar que padezca esa tara
psicológica, sino, más bien al contrario, que esa parte de su aprendizaje
sentimental contribuyó en buena medida a decidirse a llevar una vida sensata:
al aire libre y con frecuencia pegada a los osos.
Hemos
utilizado la expresión aire libre, que cobra un sentido muy especial si sustituimos
el adjetivo por alguno de sus antónimos: aire esclavo, aire cautivo. Dan ganas
de huir a la naturaleza cuando uno se plantea la suerte de aire que respira.
Huir no es el verbo adecuado, al menos en el caso de Peacock, que va a la llamada
de la naturaleza porque es lo que responde a sus inquietudes, a su mapa
genético, a todo aquello con lo que nació. Se nos muestra como un Outsider
que necesita constantemente renovarse, descubrir, encontrar lo nuevo: «Todo
estaba en transición: los insectos y las plantas, así como el río siempre en
movimiento, cambiante. Pensé en mi propio apetito de metamorfosis, en la idea
de morir un poco, mudar la vieja piel y dejarlo todo atrás. Remar, como
caminar, es una forma de meditación. Desarrollas un trabajo práctico, prestas
atención a los detalles y -en el mejor de los casos- sales de ti mismo para
volver a mirar hacia dentro».
Nuestro
caminante va dando fe, a lo largo de varios episodios, de lo que más mereció la
pena en su existencia, o al menos de cara a transmitir las ganas de vivir a los
que le lean. Viaja a diversos lugares del planeta y el centro de interés de
cada viaje suele ser una especie animal, especialmente algún oso, aunque
también entran en juego otras leyendas, como los tigres o los habitantes de las
islas Galápagos. A lo largo de los textos se sale muy poco del relato propio de
la aventura: no es digresivo ni diletante, es directo, nos comunica como si quisiera
que estuviéramos acompañándole. Y es que lo que nos ofrece es justo lo
contrario del mundo de las pantallas y las redes sociales, es un planeta que todavía
existe y del que solo disfruta quien se atreve a vivir. «Queda mucha tarea por
delante: hazla con decencia», nos sugiere, antes de recordar la célebre frase
de Walt Whitman: «Resiste mucho, obedece poco».
Peacock
representa una forma de ecologismo que ya no es frecuente, pero sigue siendo un
modelo. Nosotros le admiramos tanto a él como él admira a las aves y a los
grandes mamíferos. En buena medida es un modelo, un guía. Y en esta ruta en la
que andamos tan desamparados, no nos vienen nada mal estas voces que nos ayudan
a orientarnos en la niebla.
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