Un pequeño demonio
Fiódor Sologub
Traducción de Manuel
Abella
Mármara
Madrid, 2020
481 páginas
Escrita con la estrategia
del folletín, la novela surge de un personaje lleno de complejos, que se está
envalentonando a sí mismo constantemente, dándose el protagonismo que, a fin de
cuentas, todos creemos tener, pues todos somos el centro de nuestro propio
mundo. Pero este personaje se toma tan en serio sus pequeñas aspiraciones -un
ascenso, el matrimonio-, que se convierte en una caricatura. Resulta muy
sencillo, y muy frecuente, que se salga de quicio y se olvide, como en la
muestra anterior, hasta de la cortesía más elemental. No cesa de ver en cada
mujer a una pretendiente, y a la figura femenina como una fuente de una maldad
provinciana. Pero el amor no existe, no tiene cabida en sus aspiraciones,
porque para él sólo existe la apariencia. No es extraño que hacia la mitad de
la novela comience a aparecer la sabandija que da título a la obra, un ser que
se presenta en los momentos de duda, que son la gran maldición que sufre quien
no tiene la autoestima bien cimentada, alguien para quien la codicia se impone
con un atributo cutre, vulgar, ramplón.
El matrimonio aparecerá
idealizado hasta el sarcasmo entre unos personajes que comienzan por regirse
como arquetipos: tienen mucho de construcción social. De hecho, obedeciendo a
la literatura propia del siglo XIX, pues está escrita a caballo entre éste y el
siguiente, las descripciones físicas nos hablan ya de la calidad moral de cada
uno de ellos, son algo más que el rostro, son la versión del carácter. Aunque
la trama se va desarrollando como si se tratara de una comedia de enredo,
estamos frente a algo mucho más grave, mucho más contundente. Fiódor Sologub (San
Petersburgo, 1863 – 1927) no se quedará en el costumbrismo, sin renunciar a
darle ese aspecto a la obra, pues nos habla del deseo de ser la salvación de
uno mismo y que ese ser que creamos, esa ficción, sea, a su vez, el salvador,
el ancla y el faro, de los demás. El protagonista está deseando deslumbrar y se
convertirá en un objeto de burla por sus propios méritos: “No tengo por qué
ponerme a leer libros prohibidos. Yo no leo nunca. Yo soy un patriota”.
“Según sucede a menudo -especialmente
en nuestra época-, el destino de la belleza es ser pisoteada y vilipendiada”,
comenta el narrador omnisciente, trasunto del propio Sologub, en una de las
muchas observaciones que denuncian la realidad que en buena medida nos toca vivir.
Porque el punto fuerte de esta novela, que se apunta muchos puntos fuertes, es transmitir
la capacidad de observación social y psicológica del autor. De ahí que se
convierta, necesariamente, en un clásico.
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