Una
calle sin nombre
Kapka
Kassabova
Traducción
de Ernesto Rubio
La
Caja Books
Madrid,
2020
330
páginas
Mira
al pasado con amor, a pesar de la tristeza. Pero la tristeza no es lo mismo que
la depresión: la depresión es la música de un violín desafinado, mientras que
la tristeza es un adagio. Reconocemos una versión gris de la infelicidad, al
mismo tiempo que se nos van mostrando grietas por las que entra la luz a través
de los muros que acotan la infancia, la educación sentimental. En cierta
medida, la educación que ha ido haciendo de ella una persona al margen.
Kassabova terminará por salir del país para dar con sus huesos en Nueva
Zelanda. Desde allí, sintiéndose una persona con dos patrias o sin patria
definida, regresará a Bulgaria para resolver el enigma acerca de qué fue de
aquello que la formó en la infancia y que afectaba a toda la familia:
»Elegí ver la emigración y el nomadismo como una forma de escape, no como una pérdida. ¿No tener un hogar? Eso no supone ningún problema, el mundo entero es una ostra. “¿De dónde eres?”, preguntan. “¿Acaso importa?”, contesto.
»Pero sí importa. »
Lo
normal es sentirse más vinculado al pasado que al presente. Pero esa duda
transformará en alma el viaje que Kassabova emprenderá para encontrar cómo las
raíces se han transformado en maleza o en árbol. En la segunda parte, la
crónica del viaje, escrita con un estilo muy elegante, los paisajes y las
personas van cobrando más y más protagonismo. La autora elige ser testigo,
ofrecer testimonio de un país que también está más vinculado al pasado que al
presente, pero ya se ido tiñendo de otros colores. Ahora, en Sofía, junto a uno
de los edificios que nos remiten un poco a lo siniestro, se ha construido un McDonald’s.
Ahora, también, puede detenerse a contemplar el arte bizantino o a charlar
sobre los viejos y los nuevos tiempos con los taxistas, con los turcos, con los
aldeanos. Al tiempo que va reconociendo en qué se ha convertido el país, que
navega con el ancla todavía sin terminar de elevarse, reconoce cuánto le debe a
su formación el haber vivido. Puede que no se tratara de la infancia idílica a
la que nos amarramos en tiempos de naufragio, pero pudo ser una infancia.
Pero,
¿cuál es la cualidad esencial que va descubriendo en la nueva Bulgaria? El tema
del libro es el orgullo. Y este orgullo puede expresarse en algo que uno llamaría
nación, si supiera cómo terminar de definir el concepto. Pero Kassabova ve el
nacionalismo como una especie de broma, “las estrellas de la grandeza social
imaginaria”, dice. Bulgaria es un sitio donde el capitalismo también va
imponiendo su ley.
»-Olvídate de todo ese rollo de libertad y perfección -murmulla Rado-. Esto es o beneficio o muerte. »
Bulgaria
es un puente por el que han atravesado infinitas culturas, al tiempo que un
lugar en el que la infancia de Kassabova ya no podría tener lugar. Es un lugar
encantado a la par que maldito, y en esa tesitura, en esa dualidad, en ese
trastorno bipolar es en el que se mueve la gran literatura que va desarrollándose
a lo largo de la obra. El comentario que lo define es expresión de una mujer de
la limpieza, una emigrante, una nómada contemporánea, en un hotel de Estambul,
hablando de su marido:
»No sé, echa mucho de menos aquello, sus amigos, el pueblo. No se acaba de acostumbrar a esto… Dice que quiere jubilarse allí, en el mar Negro. Yo le digo que se olvide de Bulgaria, pero es muy testarudo. Dice que allí están todos los recuerdos. »
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