Eco
Carlos Frontera
Candaya
Barcelona, 2020
141 páginas
Al narrador no le quedará
otra salida que volverse cínico contra sí. Pero sus limitaciones le impiden ser
lo bastante despierto y lo bastante arriesgado como para compartir carácter
con, por ejemplo, el narrador de La caída, de Albert Camus. Es cierto
que vuelve una y otra vez a su sueño y a despertarse del sueño, como quien se
cae con demasiada frecuencia en el charco de sus temores, pero el desenfado es
otro componente que flota en la atmósfera de la novela, que así nos permite
mirarla con la intensidad que veamos conveniente: “A lo máximo que aspiro es a
cierta placidez, a un estado neutro al menos, la ambición de no sentir nada.
“Me falta ser otro.”
Dicho de otra manera, se
retrata como alguien que ha elegido mal los itinerarios. Y se empeña en
sugestionarse para estar triste, como si la tristeza fuera el orden natural del
alma en un mundo que no cesa de ofrecer paradojas y parodias de sí mismo,
algunas, ciertamente, tristes. Pero parodias al fin. Hasta tal punto llega uno
a escrutar a este individuo que no sabe si para él -y, tal vez, para el autor-
carácter e identidad son la misma cosa. No importa. Lo que importa es que encuentra
en el sueño del trekking de los Annapurna una vía de escape, un deseo.
Aunque, eso sí, uno debe ser muy prudente con los deseos, pues ya sabemos los riesgos
que se corren si se llevan a cabo.
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