Las ciudades
evanescentes
Ramón Lobo
Península
Barcelona, 2020
188 páginas
Sobre este tipo de humus
nos hemos construido o destruido, todavía ignoramos bien qué y cómo, durante
una etapa de confinamiento, durante una etapa en la que hemos reconocido que
descubrir es descubrir el horror. De eso trata estas ciudades evanescentes, que
Ramón Lobo (Lagunillas, Venezuela, 1955) nos entrega a modo de carta de
consuelo, a modo de explicación. Es fácil irse reconociendo en las reflexiones
que va desarrollando, sobre todo en la soledad -la de la casa, la de la calle,
la del anciano-, mientras asistimos a un ejercicio de socioperiodismo cuyo
objetivo es alcanzar cierto grado de serenidad, mirar con calma. Al fin y al
cabo, Lobo pretende, como la inmensa mayoría de nosotros la inmensa mayoría del
tiempo, alcanzar el descanso. Con ese horizonte en el objetivo va desarrollando
un dietario sobre el periodo de confinamiento que es, a la vez, una denuncia de
la ciudad líquida, una denuncia de la sociedad entregada a los mercaderes. El capitalismo
financiero ha destrozado los atisbos de humanidad y ahora nos encontramos con
que debemos flotar en un líquido que no es armónico. Y nos vemos con el agua al
cuello. De ahí que el malestar vaya alcanzando cimas incontrolables. Ojalá
fuera uno de esos malestares que imprime la naturaleza, de esos que se asemejan
a lo triste, pero no, con lo que Ramón Lobo lidia se podría conocer como desconexión
humana.
Es cierto que se
desenvuelve en un tipo de pensamiento acorde a la gente, como pensado en la divulgación,
pero también que esa facilidad nos lleva de la mano a la empatía. Si nos
reconocemos en el mundo low-cost que describe es porque guardamos unos gramos
de espíritu crítico, aunque sólo sea el mismo espíritu que llevó a Jesucristo a
arrojar a los mercaderes fuera del templo en un acto violento que seguimos
considerando justo. Pero el low-cost que vamos encontrando afecta también al
alma. Hemos desarrollado un espíritu barato, en el que se confunde popularidad
con aceptación. Con tanta falsedad por delante, el esfuerzo para reconocer la
dignidad en cada uno de nuestros pechos ha resultado algo así como trazar surcos
en el agua. No somos seres éticos y si nos dejamos llevar por textos como éste,
podremos tener todavía esperanza. Tal vez sí nos quepa la ocasión de volver a
serlo, siempre y cuando abandonemos, de entrada, el lenguaje bélico propio de
una sociedad capitalista, ese que tanto daño ha ocasionado en tiempos de
crisis, y comencemos a considerar que debería existir una bolsa de valores éticos
por encima del IBEX 35.
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