La arena del desierto
Lotte Lentes
Traducción de Irene de la
Torre
Lengua de Trapo
Madrid, 2020
75 páginas
¿Qué oculta el
protagonista de un atentado suicida? La idea, terrible, de que al final es
alguien convencido de estar luchando por una causa justa, no cesa de flotar
alrededor de lo cruel. Se trata de alguien convencido de estar contribuyendo a
un mundo mejor, de alguien que sí entiende que el fin y los medios son cosas
diferentes y que lo segundo debe estar en función de lo primero. Se trata de
creer en valores absolutos y estar convencido de que sólo los propios son una razón
por la que merece la pena vivir o entregar la vida. Estas dudas las han expresado
antes autores de prestigio, y hoy vienen a acompañar a esta novela breve,
escrita por una joven autora. Lotte Lentes (Alemania, 1990) conoce de primera
mano un suceso, un intento fallido de atentado de un muchacho, miembro del Estado
Islámico, y reconstruye cómo debieron ser los días en que la formación del
terrorista da lugar a una mente que vemos como endiablada, pero que él entiende
como purísima. Y lo hace sin odio, sin tomar partido. De hecho, el ejercicio de
empatía que ejecuta Lentes es memorable: lo que le vaya sucediendo al muchacho
tendrá, a la fuerza, que afectarle. No es insensible, más bien al contrario, se
trata de un espíritu abierto, de alguien que siente un vacío que debe ser
llenado.
¿Qué le van ofreciendo
los miembros del Estado Islámico que conoce en Siria? Le muestran una Tierra
Prometida, y este tipo de promesas sustituyen a las certezas: nos ponen un
suelo en el que pisar, construyen a nuestro alrededor unos muros que nos
protegerán de los vientos y nos ofrecerán refugio, un techo en instantes de
tormenta. Lentes escruta cómo funciona la mente de alguien a quien le afecta demasiado
la situación, y al mismo tiempo que intenta comprender al muchacho construye el
relato con una sencillez que da envidia. En cualquier momento ha podido
producirse el punto de contaminación, como marca Aixa de la Cruz en el prólogo,
y, sin embargo, este resulta más creíble como secuencia, como una acumulación
lene y como la necesaria resolución al malestar de baja intensidad que sufrimos
constantemente. La obra funciona a la perfección por una candidez y pretendida,
por un talento de una autora que sabe que un impulso es una buena manera de
saber que uno tiene algo importante que contar, pero que será el pulso lo que
la lleve a contarlo con firmeza, con anhelo a la par que con seguridad.
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