Los viejos amigos
Rafael Chirbes
Anagrama
Barcelona, 2003
221 páginas
Al principio el lector cree que Chirbes ha escrito
una novela sobre la dificultad, demasiado humana, de reconciliarse con el
pasado. Sin embargo, a medida que se avanza en la lectura va aflorando la
dificultad para reconciliarse con el presente, y por momentos, tal vez los más
contundentes, se nos cuestiona la imposibilidad de simpatizar con el futuro. Se
trata, en consecuencia, de una obra sobre la mala relación que se puede llegar
a tener con el tiempo, es decir con la realidad: una obra sobre todo lo humano
e inhumano que puede haberse interpuesto en los lazos que una generación ha
mantenido con su propia existencia. Pero no estamos frente a una novela
generacional pues, aunque Chirbes recurra a seres como los que conoció y a un
escenario de fondo que se llama España, nos narra sus vidas haciendo uso de las
voces individuales, no recurriendo al personaje central emblemático o a una voz
que registre con pretensiones objetivas. Y es así como se nos permite entrar en
las reflexiones que se compaginan con los datos de lo cotidiano, reflexiones en
las que los personajes, al filo de entrar en la vejez, se afirman a sí mismos
que han aprendido a llamar a las cosas por su nombre; sin embargo, cada uno de
ellos califica de una forma distinta cada acto, y cataloga con personalidad
propia a las personas que han compartido con ella eso que han llamado vida.
Este sabio uso de las voces en primera persona tiene como fin el cuestionar, el
dejar las decisiones sin resolver porque la realidad no es algo fijo y sólido,
y porque es imposible describir con el más pequeño asomo de objetividad a
ninguna generación, y mucho menos a la propia. Sólo una enseñanza común une a
estos viejos amigos que acuden a una cena tras años de separación: la
metamorfosis de los objetivos utópicos en los prosaicos, la sustitución de las
inquietudes estéticas por el paladar del sibarita. Como se dice en una tira de
Mafalda: si uno no se da prisa en cambiar al mundo es el mundo el que le cambia
a uno. A este pensamiento Chirbes añade que la fórmula para superar esta agonía
es no permitirse remordimientos, y también recordar con intenso cariño a los
que se quedaron por el camino cuya presencia flota, de modo elegíaco, en la
reunión que justifica la novela.
La estrategia que ha elegido Chirbes, con voces que
se superponen y en las que se va desplegando a un tiempo el pasado y el
presente, no es una innovación; caigo en la cuenta de alguna obra de Graham
Swift o de Julian Barnes en la que ya se empleaba con buena fortuna. A
diferencia de los dos autores británicos, no hay aquí una narración fiel ni un
despliegue de ingenio, sino una atmósfera que refleja la ambigüedad del
pensamiento, en el que la memoria emerge como una niebla común. No se
desentraña nada: todo es cuestionable. Los
viejos amigos puede ser una novela triste. Es una buena novela.
Publicada originalmente en Culturas, Tribuna de Salamanca
No hay comentarios:
Publicar un comentario