Mi ovni de la Perestroika
Daniel Utrilla
Libros del K.O.
Madrid, 2021
644 páginas
Daniel Utrilla (Madrid,
1976) ha creado un poliedro y lo ha echado a rodar. Con esta metáfora podríamos
resumir la estructura de este libro, que se nos presenta como una crónica de
viajes y resulta ser, sobre todo, una crónica de la memoria, la personal, desde
luego, pero también la colectiva. En el año 1989 se avista un ovni en una
ciudad rusa y ese es el motivo que empuja al poliedro a ponerse en marcha.
Utrilla va haciendo crecer cada una de las caras de todo lo que va surgiendo, y
sugiriendo, este encuentro con extraterrestres: la memoria personal de lo
fantástico, en la que aparece siempre la novela Alfanhuí y en ocasiones la obra
de Nabokov, al margen de un buen puñado de películas sobre extraterrestres, entre
las que destacan los títulos de Steven Spielberg; la evolución de un país que está
en plena transformación, esa Unión Soviética a punto de dejar de existir para
dar paso a una serie de naciones, entre las que destacará la nueva Rusia; todo
lo que ha surgido como cultura, o como subcultura o contracultura o cultura
sumergida, acerca de los fenómenos de avistamientos extraterrestres, desde las
influencias religiosas a las referencias en antiguas sociedades, pasando, claro
está, por la actualidad o lo que fue actualidad en programas divulgativos de televisión
y radio, y en revistas sobre fenómenos paranormales; la descripción de los
lugares, como esas visitas que hace a la ciudad donde tuvo lugar el
avistamiento, Vorónezh, a 500 kilómetros de Moscú, otro lugar lleno de estatuas
que representan lo que pretendió ser una sociedad; la literatura rusa, con Tolstói
a la cabeza y con obras señaladísimas, como la sátira Chevengur, de Plátonov;
la evolución de las formas de conocimiento de primera mano, que no evitan
recurrir a Youtube, por ejemplo, e incluso a la web de citas Tinder
para encontrar una Cicerone en un lugar desconocido, y que reflejan el tiempo
en que vivimos. Pero, por encima de todo, se impone el retrato de un año, 1989.
Utrilla escribe con mucho
entusiasmo y el libro va resultando diletante, a veces incluso nos podemos
preguntar si el énfasis en ciertas crónicas dentro de la crónica no responde a
un aliento aleatorio. Sin embargo, no podemos evitar emocionarnos cuando nos
habla de la caída del muro de Berlín con una intensidad semejante a cuando nos
menciona el estreno de Amanece, que no es poco o la muerte de Fernando
Martín. Nos lleva a los programas infantiles que entonces se imponían, y nos
refiere las sensaciones que todos estos acontecimientos le sugerían a un crío
de doce años, a un púber, a quien abandona la edad de la inocencia. ¿Se
corresponde ese momento al mismo de las últimas apariciones de ovnis, que tan
populares fueron en los setenta o los ochenta? Seguramente. La credulidad no será
la misma con trece años que con doce, como no es la misma para el planeta antes
y después de la expansión de internet y la recreación de efectos especiales CGI.
Utrilla busca el mundo perdido y lo reconoce en los pasos y en la memoria:
“-Me atrae mucho el tema,
pero -como me pasa con Rusia- me atrae desde el punto de vista estético. Me
atrae la mitología que hay detrás, la sociología, me interesan las formas de
los platillos, me interesa E.T. Casi te diría que el ufólogo me interesa casi
más que los ufo, porque son los terrícolas a través de los cuales puedes
tocar los ovnis. Son como médiums. Me gusta mucho el hombre emparanoiado.”
Uno se pregunta, leyendo
este libro, si no sería posible hacer una lista de obras maestras de la
paranoia, cómo de serios son los trastornos delirantes y si nos ayudan a vivir:
¿Alfanhuí? ¿Ada o el ardor? ¿Amanece, que no es poco? ¿El muro de
Berlín? ¿La Perestroika? ¿Los mundos de Yupi? ¿Cuarto Milenio? ¿Los
ovnis y el Yeti?
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