martes, 23 de febrero de 2021

YOGA

 

Yoga

Emmanuel Carrère

Traducción de Jaime Zulaika

Anagrama

Barcelona, 2021

320 páginas

 


Para comenzar a practicar meditación Zen, uno no debe reconocerse como neurótico, pero sí sentir las emociones en idéntica manera a como las vive un neurótico. Uno debe ser consciente de que precisa de una cura, y considerar que ésta no está en el diván vienés ni en el Lorazepan. La meditación, y la que practica Emmanuel Carrère (París, 1957) no es Zen, es sobre todo Vispassana, es activa en el sentido en que uno pasa a ser dueño del momento, a ser una acción -o inacción- elegida. Por tanto ayudará a sentir que uno posee su tiempo, lo cual es tanto como decir que uno es dueño de su vida, pues estamos hechos de tiempo, que es materia deleznable, tal y como adjetivó Borges. La meditación, dicta el canon, combate la ansiedad, nos enseña a apartarla o a convivir con ella. No se trata tanto de buscar iluminación como de soportar el túnel. Carrère recurre a su experiencia personal, la trae a primer plano, para hablarnos de la forma extrema en que vivió la meditación, el yoga, así como la depresión, en un volumen que sigue su habitual estrategia narrativa, esa que nos sigue enganchando por mucho que la conozcamos: “tengo intención de contarlo en su momento, pero no tengo ni idea, en la andadura a tientas de este relato, de cuándo será eso”.

Carrère enfrenta sus miedos y sus amores, su capacidad de temer y su capacidad de amar, en ese tipo de dicotomía que genera buena parte de la literatura que practica: “Es la esencia de su pensamiento, esa gran ley de la alternancia que dice que todos los fenómenos de la vida van en parejas y se engendran recíprocamente”. A partir de ahí, genera las hiedras que van cubriendo al tronco del árbol sobre el que monta su proyecto. Carrère nos demuestra que ha vivido mucho y todo lo ha sentido con gran intensidad, y que esa manera de afrontar los días y las noches le han servido para encontrar momentos. Esos momentos serán los cimientos de los episodios en los que se entretiene: una estancia en un retiro de yoga en la India, que interrumpe la brutalidad el atentado contra los trabajadores de la revista Charlie Hebdo, la explosión de la depresión que le lleva a quedar internado en un sanatorio, la visita a campos de refugiados en la costa griega y, finalmente, la amistad con su editor en un episodio que le lleva a un duelo sano. Ahora bien, ¿cuál es la esencia del tronco del árbol sobre el que hace crecer el relato? Yoga es algo más que una crónica, que un libro autorreferencial, que un ejercicio de géneros híbrido como los que nos acostumbra a entregar Carrère; Yoga es un ensayo sobre la autoestima: “Yo creía que mi razón era sólida, que estaba bien enclavijada en el cuerpo gracias al amor, al trabajo, a la meditación”, confiesa., este autor que reconoce empezar por “yo” la mayoría de las frases y que le gustaría aprender la reducida esencia de la condición humana, incluida la suya, motivo por el que escribe: “Malraux cuenta que interrogó a un cura viejo. “¿Qué ha aprendido del alma usted, que se ha pasado cincuenta años escuchando a la gente en el secreto del confesionario?” Y el cura respondió: “He aprendido dos cosas. La primera que la gente es mucho más infeliz de lo que creemos. La segunda es que no hay grandes personas””.

El objetivo de la literatura de Carrère es participar de tratar de ser mejor persona –“un poco menos ignorante, un poco más libre, un poco más amoroso, un poco menos lastrado por mi ego”-, que es lo que facilita esa identificación con su escritura, la que nos lleva a meternos de cabeza en sus libros y sentirlos con buen ímpetu. El tono vuelve a ser, por momentos, risueño, incluso cuando nos habla de la salvaje depresión, con la que ha conseguido reconciliarse, aceptando hasta la taquipsiquia, que es como la taquicardia pero con la actividad mental, que llena de pensamientos erráticos, discontinuos y estridentes la cabeza. En esta reconciliación es fundamental la estancia entre gente que no puede permitirse caer en una depresión, refugiados que apenas tienen otro bien que los calzoncillos y los zapatos con que les permitieron embarcar en la costa turca. En buena medida, son ellos los protagonistas de una recuperación que nos lleva el mensaje definitivo del libro: para cimentar la autoestima que nos salve, es imprescindible la sanación a través de los demás.

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