Mi padre y su museo
Marina Tsvietáieva
Traducción de Selma
Ancira
Acantilado
Barcelona, 2021
81 páginas
Ahora llega este pequeño
libro en el que la autora se sumerge en la figura del padre, un hombre que se
empeñó en abrir un museo de escultura, del que apenas pudo disfrutar un año y
tres meses. Fallecería entonces, dejando a Marina del todo huérfana, condenada
a la tristeza enferma que atraviesa su obra, curada, eso sí, por su talento
para la poesía, por su extrema sensibilidad, por su capacidad de lucha y
descripción. En estas piezas breves, que no terminan de ser redondas como
deberían serlo si respondieran a las técnicas del relato, Marina crea un mito:
un padre. Será ese padre el que nos explique, con su actitud, las constantes
bondades de la condición humana. Se podrá achacar al efecto de la memoria, que tiende
a desechar lo malo, este anhelo, pero en el caso de Marina esa memoria funciona
con una libertad inaudita, con una libertad semejante a la que pone en marcha
el mecanismo de los sueños.
Lo que sucede es que a la
memoria-sueño Marina añade la intención. Tiene muy claro hacia dónde quiere
encaminarse, qué mensaje transmitir: entre la raza de los hombres se esconde la
bonhomía, y ella tuvo la suerte de conocerla. Las piezas fluyen así con
naturalidad, como un reflejo de la realidad, y con pesimismo: “Todos han muerto
ya, y yo debo contarlo”. Como siempre, Marina Tsvietáieva mantendrá su pulso
conciso, en palabras de su traductora, Selma Ancira: evoca, sugiere, apunta.
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