miércoles, 24 de febrero de 2021

UN PERRO RABIOSO

 

Un perro rabioso

Mauricio Montiel Figueiras

Turner

Madrid, 2021

146 páginas

 


Twitter está dando pie a sacralizar un tipo de pensamiento peligroso: el de corto aliento, el de confundir al ingenio con el impacto. El pensamiento divergente es el que nos aportará ideas que jamás se nos hubieran ocurrido, pues nos movemos en un ambiente de lugares comunes, y no el del juego verbal, el chiste, la invención sin sustrato. Después de haber leído algunas obras recientes que tratan desde diferentes puntos de vistas el tema de la depresión -Hombres que caminan solos, de José Ignacio Carnero, o Yoga, de Emmanuel Carrère-, aparece Un perro rabioso, del autor mexicano Mauricio Montiel Figueiras (Guadalajara, 1968), que afronta el problema mucho más frontalmente. El libro es digresivo y escrito con párrafos cortos, pero potentes. Buena parte de ellos fueron publicados en redes sociales, como Twitter, aunque el pensamiento que transmiten no comulga exactamente con lo antes expuesto, no pretende sacudirnos durante unos segundos y luego podremos echar al olvido el comentario. El problema que presenta, eso sí, es que plantea las conclusiones a que le ha llevado la depresión con una vehemencia que, como las frases breves que intentan azotar el ingenio, nos plantean que o estas conmigo o estás contra mí. Y es que en la experiencia del autor con la enfermedad, apenas ha cabido resquicio por el que entrara algo de luz, una grieta en la colgar una flor. En cierta medida, parece un desquite que se solventa con un final conciliador.

Montiel Figueiras ha vivido la depresión como la peor experiencia que un hombre pueda tener, una forma de desconfigurarse que le llevó a la dependencia de los fármacos y a considerar, una y otra vez, el significado del suicidio. De hecho, el texto está lleno de suicidas o potenciales suicidas, entre los narradores, pensadores y poetas que frecuenta. Y de cuados o grabados muy, muy sombríos, con diferentes versiones de la sombra, desde la más melancólica a la más desagradable. Hay múltiples tipos de depresión y Montiel Figueiras indaga qué es, o puede ser, lo común a todas ellas. Y también en cuál puede ser el origen, centrándose en los duelos no resueltos, en la imposibilidad en su día del duelo y la necesidad, posterior, de que afloren. Y cuando brotan, son una batalla que se vincula con el suicidio. Él ha sido adicto al Alprazolam desde la muerte de su madre, y cree que en esa pérdida está el origen de la crisis que da con sus huesos en psicoterapia más de doce años después. Uno se pregunta, durante la lectura, qué aporta a la terapia la redacción de este texto, de estos textos, y su divulgación. El psicoanálisis es una terapia burguesa, porque atiende a enfermedades burguesas. Carrère lo explicaba en Yoga: los refugiados que vienen de Asia y aterrizan en playas europeas con una mano delante y otra detrás, sin derecho ni siquiera a la nostalgia, con infinitos motivos más que nosotros para caer en depresiones profundísimas, no se pueden permitir esa fragilidad. Estando en la supervivencia, aplazas todos los duelos hasta que renazcas. No hay lugar para la autocompasión en época de postguerra, por ejemplo.

“En la lucha entre uno y el mundo hay que estar de parte del mundo”, escribió Kafka y nos lo recuerda Montiel Figueiras. Lo complicado es interiorizar el significado del aforismo, no reproducirlo. Para empezar, deberíamos ser conscientes, incluso desconfigurados por una depresión, de que el mundo no se termina ahí donde limita nuestra piel. Son los demás los que nos salvan, su humanidad, su capacidad de querer y ser querido, y un terapeuta, conviene recordar, puede ser un maestro, pero es, ante todo, un ser humano.

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