jueves, 30 de abril de 2020

UNA DACHA EN EL GOLFO


Una dacha en el golfo
Emilio Sánchez Mediavilla
Anagrama
Premio Anagrama de Crónica Sergio González Rodríguez
Barcelona, 2020
200 páginas

“Viajar es una brutalidad”. La expresión es de Cesare Pavese y se encuentra, en buena medida, en el fondo de esta crónica, Una dacha en el golfo. Es cierto que Emilio Sánchez Mediavilla (Santander, 1979) recurre a un tono con cierto humor, un tono que abandona cuando hace referencia a la barbarie, pero ese regalo al lector no deja de ser un efecto rebote causado por la constante sorpresa de un viaje vertical. Porque “viajar te obliga a confiar en extraños y a perder de vista todo lo te resulta familiar y confortable de tus amigos y tu casa”, se explica Pavese. “Estás todo el tiempo en desequilibrio. Nada es tuyo excepto lo más esencial: el aire, las horas de descanso, los sueños, el mar, el cielo; todas aquellas cosas que tienden hacia lo eterno o hacia lo que imaginamos como tal”. Aunque en el caso de un destino como Bahréin, ni siquiera esas certezas son absolutas: el mar está en transformación por la acción del hombre, comiéndole territorio para favorecer una especulación inmobiliaria de un calibre dorado; eso por no hablar del origen de la fortuna que baña los bolsillos de los pocos favorecidos del país, un petróleo que no cesa de quemar el cielo. Quedan los sueños, martirizados en el caso de los inmigrantes y de quienes profesan el chiismo, marginados y condenados en esta isla, sin derecho a esas horas de descanso que son casi el único beneficio del viaje.
De todo ello nos habla Sánchez Mediavilla revisando su paso por Bahréin, en un libro que respira sensatez, la del viajero que sabe que jamás podrá camuflarse entre los habitantes del lugar donde habita. Ese es el deseo del cronista, sí, pero también su ventaja, la distancia que le permite mirar a ese trozo de vida como si fuera un paisaje, la de entregarse al contacto con los demás con una distancia que permite no acumular rencor, pero sí pasión.
En buena medida, Sánchez Mediavilla nos coloca en el lugar que el Kublai Jan ocupa en Las ciudades invisibles, de Ítalo Calvino, siendo él un humilde trasunto de Marco Polo: nosotros acudimos al reflejo del viaje con nuestros prejuicios y nuestras mejores intenciones, aunque tengan que ver con el turismo y con la peor de las curiosidades, por no hablar de las que afectan al mundo árabe; mientras tanto, él nos ofrece la reseña de su estancia allí partiendo de un folio en blanco, de una mente en blanco, de la otra curiosidad, la buena, la del aprendiz de brujo, la del grumete de barco. Sánchez Mediavilla es periodista y se enfrenta al hecho de escribir sobre unos registros de un lugar que parece ser otro planeta o, para ser más concretos, un no lugar, un lugar que no debería existir, pero en el que concurre Youtube, que deja registros demasiado evidentes de demasiados sucesos sombríos. Su trabajo consiste en combinar agua y aceite y que no se note la imposibilidad de la mezcla. Ahí está su supervivencia, un tanto cómoda, como puede reconocer, y la existencia de una sociedad que contiene demasiado horror. Cuando habla sobre la Primavera Árabe y la represión salvaje de esos días, uno no puede sino estremecerse. Nos olvidamos de acompañar al autor en un periplo que nos deja perplejos, para atorarnos en la perplejidad de la violencia sin cuartel. La piedad que podemos sentir por el pueblo es toda, mientras que no hay cuartel hacia una clase dirigente.
Sánchez Mediavilla es, y pretende ser, gente. Se siente bien entre la clase media y en compañía de los desposeídos; denuncia la brecha sectaria, pues siempre está presente la desigualdad entre suníes y chiíes; y su deseo de ser uno más se enfrenta, constantemente, a los aberrantes aristócratas, a los plutócratas, a los gobernantes y a los príncipes desalmados, sinvergüenzas y violentos; no se libra, tampoco, la época colonial ni salen bien parados los militares. Recuerda estas palabras de un líder secular izquierdista: “La piratería, la conquista y la esclavitud eran prácticas comunes entre las tribus árabes (de los siglos XVIII y XIX). Algunos miembros de la familia real todavía piensan, a la manera antigua, que Bahréin es el botín de una guerra ganada con la espada”. Eso, en cuanto al país. En lo que respecta a él, cabe señalar esta frase que le dictó el poeta Ali al Jallawi en el exilio, y que resume, con precisión, el alma de un narrador que necesitó de años de reposo para que las sensaciones del viaje culminaran en este libro: “Es como enamorarse. Al principio solo tienes sentimientos; las opiniones llegan después”.

Fuente: La línea del horizonte

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