miércoles, 22 de abril de 2020

NOTAS DESDE UN PAÍS EXTRANJERO


Notas desde un país extranjero
Suzy Hansen
De Conatus
Madrid, 2020
378 páginas

Tuvo la suerte de contar con una madre que alimentó su temprana adición a los libros; su hermano mayor estaba embriagado de ideas políticas progresistas adquiridas misteriosamente, pues en Estados Unidos lo más frecuente es acomodarse; su padre se pasaba las tardes estudiando extrañas antigüedades del golf (vaya usted a saber para qué), perdido en los placeres del pasado; se trataba, en definitiva, de una familia de clase media, modesta, tan modesta como para que Suzy Hansen sienta nostalgia de esa modestia. Pero la nostalgia se refiere a otro tipo de pasado, al de dimensiones más humanas, es decir, al próximo, al que se guarda entre la jaula de las costillas. El libro que cae en nuestras manos, este Notas desde un país extranjero, comienza con el despertar personal, con el crecimiento, con el descubrimiento del mundo, con el choque contra la realidad, y termina montado sobre el análisis político. Y en ambas facetas, y en todo el espacio intermedio, resulta de una sinceridad demoledora. La sensación es la de haber navegado desde una obra de crecimiento, como las de Stevenson, por ejemplo, y llegar hasta un análisis como los de Chomsky. Notas desde un país extranjero se convertirá en uno de los grandes libros de viajes de la década.
Hansen nos enfrenta, de entrada, a una tragedia en las minas turcas, y frente al dolor se da cuenta del origen de la desgracia, que tiene que ver con los recortes económicos que provienen de unas imposiciones en las que su país cobra demasiado peso, un peso que se traduce en vidas. Hansen a viajado a Estambul, la ciudad que la enamora, con una beca, y se quedará allí durante los años más duros de la crisis económica mundial. En ese tiempo conoce, habla, traduce y reflexiona, con un estilo tan sensato como crítico, sobre los vínculos de Estados Unidos con el resto del mundo, pero, sobre todo, con Oriente Medio. Parte del desconcierto, del infantilismo que es común a los de su país, o al menos así lo entiende ella, de una falta de sustrato cultural y sentido histórico. Así se  ha dado prioridad, en su país de origen, a lo propio frente a lo global. Paradójicamente, son los responsables de una globalización sin misericordia. Pero en cada individuo, eso sí, han implantado unos prejuicios sobre justicia, patria y libertad, que en el caso de la autora se van desmontando gracias a las singularidades que le brinda la vida en Turquía y a una sensibilidad bien dispuesta a lo ajeno. Tal vez sea este viaje, esta parte de Bildugsroman, lo más interesante, en lo literario, del libro. Es un viaje interior, sí, pero acompañado de una denuncia en la que se va dando cuenta la historia reciente, de la manipulación económico-política de uno de los epicentros culturales del planeta. Al tiempo que nos confiesa en qué medida, alta, uno desconoce cuánto no sabe sobre uno mismo, en tanto que ser social además de lo referido a la personalidad, se va maldiciendo la superficialidad en la que se ha criado, el humanismo fingido y las justificaciones morales: siendo habitantes de un orden social injusto, las reflexiones vendrán contaminadas por la injusticia que intentamos comprender, comenta, citando a James Baldwin, un autor que sobrevuela toda la obra.
Las ganas de comprender, que es la buena versión de la curiosidad, es la motivación esencial del libro. Como en una terapia, comienza por desaprender las leyendas en las que se ha criado, ese colonialismo aparentemente bien fundamentado, pero que no deja de ser una forma de explotación, una nueva versión, internacional, de la lucha de clases. Hansen se pregunta si el mundo habrá alcanzado la madurez, si existe un retroceso cultural, si la civilización avanza, si el progreso es humano. Al mismo tiempo, mientras visita Turquía, Grecia o Afganistán (en un episodio que resultaría traumático de no presentarse como esclarecedor), Hansen crece, abandona a la adolescente inmadura e ingenua para transformarse en eso que viene después, o que debería venir después, si nos libráramos, como ella, del peso de las leyendas para sustituirlos por nuestra verdad, la verdad social, imprescindibles, porque no es cierto que cada hombre sea una isla.

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