miércoles, 6 de diciembre de 2017

BILLETE AL FIN DEL MUNDO

Billete al fin del mundo
La historia del Transiberiano el tren que cambió Rusia
Christian Wolmar
Traducción de David Paradela López
Península
Barcelona, 2017
303 páginas

Demasiado atareado por culpa del mecanismo de los relojes, cada vez más pequeños, por reducir el espacio en el que guardar información o por construir un nanomotor con tres átomos, demasiado ocupado por vigilar la velocidad de un electrón dando vueltas idiotas alrededor de un círculo y extraer una fórmula lo más exacta, lo más precisa posible, el hombre, demasiado ocupado, se ha vuelto un auténtico miope. Existe una rama de la crítica literaria que se conoce en inglés como close reading, que los lectores de formación ortofilológica confunden con la miopía. Demasiado preocupados por el mecanismo de la palabra, de la frase, del metatema, del metatexto o de la subordinada, resulta que se olvidan de que o hay herida, o estás muerto. Porque las heridas son privilegio de los vivos y la literatura debe versar sobre ellas, aunque sea de manera histórica. Pongamos por caso que el planeta es el cuerpo vivo y la línea más larga de ferrocarril, el Transiberiano, es la herida. Pero sabemos que el cuerpo sana, que las plaquetas y los antibióticos están actuando y que, si nos apetece, hasta podemos observar la herida con humor. Entonces sí, entonces es literatura, con mucha vida y poco, o nada, de metatexto.
Cuando uno agarra este volumen, este Billete al fin del mundo, puede echarse a temblar: un proyecto literario que abarque la historia de este tren, cada raíl, cada paraje, cada semana, cada invierno, es como para echarse a temblar. Demasiado ambicioso: una descripción de la Siberia anterior al ferrocarril y un vistazo a las primeras líneas férreas rusas; por qué el Transiberiano se convierte en un asunto político tan importante a finales del siglo XIX: protagonistas y detractores; el tipo que impulsó la línea de manera definitiva; el decenio clave en el primer transiberiano, las adversidades, las enfermedades, el clima, la corrupción, la mano de obra; experiencias de los primeros viajeros -terribles-, en ocasiones jugándose el tipo; la guerra ruso-japonesa y el transiberiano como eje alrededor del que se arma el conflicto; el impacto en Siberia y lo que significa Siberia tras la implantación definitiva del ferrocarril, la nueva tierra prometida, la industria y la agricultura; la remodelación del trayecto para evitar suelo manchú y que pase solo por Rusia; la sangría de la guerra civil, la revolución rusa, y qué implica el Transiberiano en su desenlace; el periodo de entre guerras y los gulags, la mala imagen y la propaganda; la industrialización alrededor de la línea del Transiberiano y la repoblación de Siberia; el daño medioambiental de la rama del Baikal Amur Magistral; breve repaso de la situación del Transiberiano tras la Segunda Guerra Mundial, hasta nuestros días, y su impacto en la historia del mundo.

Ahí es nada. Christian Wolmar (Londres, 1949) nos promete un ladrillo, y nuestro temor aumenta cuando confiesa su ideología proliberal. Pero el temor a un análisis geopolítico y una aburrida sucesión de datos se disipa enseguida. Wolmar es un escritor de primera clase. Sabe que más es menos y de ahí que ninguna frase sea calderilla. Este es, en realidad, un libro para perder el sueño. Escrito con un tono que pierde su desenfado cuando la tragedia se eleva, cambiando de registro en cada capítulo, de modo que el centro de interés varíe y así no tenga que apostar por la hipérbole para mantener al lector atento, consigue meternos tan de lleno en la obra, que al terminar uno tiene la sensación de que ha leído, de un tirón, la historia de la humanidad a lo largo de los últimos ciento cincuenta años. Pero no de la humanidad en general, no. Sino de todos y cada uno de nosotros. Billete al fin del mundo es un libro que uno se alegra de haber leído, porque se alegró de atreverse a leerlo.

Fuente: Culturamas

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