domingo, 17 de diciembre de 2017

DE VIAJE POR EUROPA DEL ESTE

De viaje por Europa del Este
Gabriel García Márquez
Literatura Random House
Barcelona, 2015
147 páginas

Gris plomo, gris amianto

Contando menos de treinta años, un joven periodista llamado Gabriel García Márquez (1927 – 2014), se subió a un automóvil acompañado de una rubia francesa y un italiano llamado Franco para conocer, de primera mano, qué o cómo era eso que raspaba las noticias al otro lado del Telón de Acero. Estamos en los años cincuenta del siglo pasado y por los países que pretenden visitar ya debería haberse despejado la niebla de la posguerra. De este modo, ellos pretendían comprobar cuáles eran los colores predominantes en la vida de la Alemania Democrática, Checoslovaquia, Hungría, Polonia y la propia Unión Soviética. García Márquez quiere partir sin prejuicios, pero tras el sudor que supone superar la primera frontera, se da de bruces con los colores que inevitablemente le acompañarán todo el viaje: el gris del plomo, el gris del aluminio, el gris de la plata vieja, el gris del amianto, el gris de las piedras frías del invierno. Inmediatamente reconoce que debe de haber cruzado la frontera que separa los países que ganaron la guerra de aquéllos que la perdieron. La atmósfera general es de disgusto, la gente apenas puede abandonar cierta tristeza. Ni siquiera una espléndida ración matinal de carne y huevos fritos les convencen para salir de la amargura, de la depresión. Las fachadas de los edificios grandes eran planas y a su lado quedaban aldeas de barracas donde almuerzan los albañiles. En las grandes avenidas se han talado los tilos y los cimientos de los solares están cuarteados por el musgo y la hierba.
Ni siquiera en los pasillos de una discoteca topan con alegría, pues hasta el modo de besarse de los adolescentes es también gris. A las pocas páginas, García Márquez ha llegado a la conclusión de que lo que ha creado el estado sirve para que la gente se pudra en vida. Aunque en ningún momento termina por afirmar que es antiestatista y liberal, porque no es el sistema político el centro de interés del libro. Es la gente, en individuo, la sensibilidad de las personas. De ahí que mejore el tono a su paso por Checoslovaquia, donde se impone la sencillez que va de la mano de la dignidad. Sin embargo, Varsovia le resulta un lugar siniestro. Polonia es un polvorín entre los satélites soviéticos, porque resulta compleja la convivencia del comunismo, el catolicismo y el alcoholismo.
De la URSS destaca su inmensidad, su burocracia, el síndrome de Ulises de los españoles asilados tras la Guerra Civil, y la sombra fúnebre de Stalin, cuyas cenizas se siguen respirando sin que todavía los soviéticos hayan emitido un veredicto de inocencia o culpabilidad de un semidiós. Y también le asombra la franqueza de la gente que camina con los zapatos rotos, sin saber que existe otro tipo de vida. Finalmente, se detiene en Hungría, en Budapest, ciudad que adjetiva como provisional y de la que no extrae otra conclusión que no sea la desconfianza. Y luego, tal vez, la historia haya terminado. Porque resulta extraño leer este tipo de viaje a estas alturas. Tiene algo de ensoñación turbia, sin alcanzar la pesadilla. Y ya escrita con la buena mano de García Márquez, este escritor que tal vez poseyera el mejor oído para la prosa que existió en nuestro idioma durante el siglo XX.

Fuente: La línea del horizonte



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