Corazón
de perro
Mijaíl
Bulgákov
Traducción
de Marta Sánchez-Nieves
Mármara
Madrid,
2020
184
páginas
Que
nacer duele, es algo más que un mito de los libros de autoayuda. Es cierto que
debemos estar reinventándonos perpetuamente, y que el esfuerzo, que con tanta
frecuencia ejecutamos contra el ritmo de la vida, duele. De ahí esa manía de
vivir por inercia que prodiga la gente. Pero vivir por inercia no es vivir, o
al meno no es vivir humanamente. Tal vez podamos referirnos a la vida de un vegetal
como vida por inercia; muchas más dudas surgen cuando hablamos de la vida de un
perro. En este caso, se trata de un perro cruce de varias razas, es decir,
impuro, al que se transforma en humano. Como en La isla del doctor Moreau,
la metamorfosis pasa por el quirófano, es traumática, duele tanto como puede doler
un parto. Ni H.G. Wells ni Bulgákov tuvieron ocasión de conocer el mundo de los
transgénicos, por ejemplo, que hubiera hecho de sus bestias otro tipo de
experimento, menos quirúrgico, pero más inquietante: a un animal se le injerta,
mediante un virus, un gen humano. El resultado, en cualquier caso, es un nuevo
tipo de vida, y una vida manipulada por el hombre y, seguramente, condenada al
fracaso.
En
el escritor inglés la idea parte de una fábula que, al margen de la fantasía,
tiene una lectura metafórica acerca de la sociedad creada por el hombre jugando
a ser dios. En Bulgákov, la sátira sirve para denunciar esa idea supremacista
que supone la creación, también por parte del hombre o, para ser más concretos,
de varios hombres, de un nuevo espíritu, el del servidor soviético. El espíritu
en gracia de la Revolución, el que creará una nueva ilusión por una vida que ya
no volverá a ser absurda, el que nos redimirá del servilismo y nos guiará por
la nueva libertad. Ante esa presión, el médico protagonista de la novela crea
la mejor de sus obras: convierte a un perro en un hombre. Esa es la idea con la
que concluye el intercambio de impresiones con los miembros del nuevo país,
dispuestos a rebajar sus beneficios para disponer de ellos en aras de lo común.
Pues bien, si ellos creen ser capaces de crear a un hombre nuevo, él les
demostrará que hay otras maneras de hacerlo: y si la materia prima es un perro,
la conclusión será un hombre renacido con las virtudes del can, como la lealtad
o el servilismo sin condiciones. Pero nadie domina ni siquiera aquello que
crea, por mucho que controle, a punta de fusil o con pericia de cirujano, todo
el proceso. El perro no irá siendo el humano previsto y leer el disparate no
cesará de recordarnos el fracaso que vaticinaba Bulgákov, con tanto acierto. Su
talento para la literatura, la sátira y la metáfora tocaron techo con El
maestro y Margarita, sí, pero estas otras obras, de aspecto menos aunque sólo
sea por el número de páginas, bien podrían figurar como capítulos de esa obra
maestra, una de las mejores novelas del siglo XX.
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