jueves, 9 de julio de 2020

LOS SÓTANOS DEL MUNDO


Los sótanos del mundo
Ander Izagirre
Libros del K.O.
Madrid, 2020
406 páginas


Una de las grandes necesidades humanas por las que se crearon los mitos, es poder desmitificar. El hombre es un heredero del primo del mono al que le encanta la fantasía, y eso implica, en su límite, elevar a la gloria a quien sea y a lo que sea, y, a cambio, desea poner en evidencia las fantasías de los demás. Se trata de un trabajo de baja estofa en el que se ejecuta un exorcismo de odios y de miedos, si es que unos no son hermanos gemelos de los otros. Viajar sigue siendo un gran mito contra el que nadie se ha atrevido a entonar cantos de censura. Uno de los mejores propósitos de los viajes es, a su vez, el de mantener y subir de volumen los demás mitos, las creaciones algo etnográficas y algo aventureras. En realidad, esos viajes son experiencias hacia las exageraciones: es imposible encontrar una cumbre más alta, un viento más helado, un clima más abrasador. Es imposible que la supervivencia sea una expresión más potente de lo testarudos que podemos llegar a ser. Y esa testarudez está vinculada, también, a los deseos de mitificar y a los de poner en evidencia. Al final, enfrentamos una dualidad ante la que deberíamos guardar la mejor distancia, ser constantes y ser espectadores. De eso trata el trabajo del cronista, de contemplar a la vez el mundo dual.
“El centro de Ushuaia es una parrilla de calles en pendiente, plagadas de edificios de madera, hoteles, restaurantes, discotecas, centros comerciales y agencias especializadas en turismo aventuroide. Hace solo cien años, en este mismo lugar recolectaban mejillones los últimos habitantes de una tribu neolítica. Pero el aliento de los fantasmas se disuelve muy rápido”.
El contraste como estrategia narrativa, para diseñar una forma de compartir la experiencia, ha sido siempre uno de los puntos fuertes de la literatura de Ander Izagirre (Donostia, 1976), como demuestra el párrafo anterior, que mitifica y desmitifica, sin aspereza, uno de los extremos del mundo. Libros del K.O. recupera Los sótanos del mundo, el que fuera el libro insignia de un joven periodista, enamorado del ciclismo, con una facilidad para el relato de viajes que sigue sorprendiendo. De hecho, al leerlo varios años más tarde la intención de Izagirre resulta más ensordecedora, descorazona mucho más: si antes nos hablaba de lo raro que puede ser el mundo, hoy nos lleva a un mundo que ya no existe. El viaje no es por un planeta rendido al Instagram, por un territorio saturado de redes Wi-Fi, con una dependencia absoluta de las redes sociales, del Smartphone y de cualquier ciberexperiencia. La crónica, a pesar de lo arriesgado del viaje que emprende, se nos hace familiar en el mejor sentido del término: nuestro igual, una buena compañía, un territorio en el que las emociones no se despegan de la piel.
Izagirre pasea por varios rincones del planeta buscando los puntos más bajos respecto al nivel del mar. Y se va encontrando con demonios del presente, del olvido y de la historia. De todos ellos nos habla con un espíritu didáctico en el que la literatura está al margen del espectáculo de la palabra; de hecho, la palabra está en función del relato. Se trata de unas crónicas limpísimas en las que mientras viajamos al Valle de la Muerte, al Mar Muerto, a la Laguna del Carbón, al lago Eyre, al mar Caspio o al lago Asal, mientras se nos expone la extrañeza de cada continente, se mira hacia las sensaciones del viajero, ese que va reconociendo en cada punto lo peculiar de la vida. Y al mismo tiempo se construye un mecano, y al igual que se construyen los mecanos, con la sensación de estar participando de un juego, en el que la globalización aparece como una nueva forma de explotación, en el que los episodios que construyeron el territorio son películas que contienen acción, drama y comedia. El centro de interés es la dificultad de respirar, algo que va resultando cada vez más complicado porque se impone una colonización sin colonos. Hasta cierto punto, la nostalgia de la colonización por parte de las metrópolis complementa la nostalgia por el tiempo anterior a la colonización. Pero Izagirre plantea, no resuelve, y se queda con los beneficios del viaje, con la naturaleza, el contacto humano, el paisaje o la respiración. Todo lo que se puede recuperar si al partir nos olvidamos el teléfono en casa.

Fuente: La línea del horizonte

No hay comentarios:

Publicar un comentario