lunes, 9 de abril de 2018

SALVO EL PODER


Salvo el poder
Ernesto Escobar Ulloa
Comba
Santander, 2018
105 páginas

Para Ernesto Escobar Ulloa (Lima, 1971) hasta el tiempo es una materia elástica con la que trabajar la literatura. Las palabras, las asociaciones de palabras, fechas, conceptos, la libertad para viajar de un lugar a otro, para reunir gente imposible, todo es materia elástica. Si lo es la tiranía del reloj y del calendario, mucho más lo será cualquier otra idea, cualquier otro muro. Para él no existe nada que no se pueda atravesar. Hacía tiempo que no se presentaba un narrador tan entregado y tan libre, con tanto talento y con el concepto de que el cosmos es un átomo y un átomo es el cosmos. Todo cabe en la punta de un alfiler, pero este puede perforar el espacio. Perú, su Perú natal, es un país, con su idiosincrasia, sí, pero es parte de América del Sur, de los países con quienes comparte lengua, de los lugares con los que se asemeja en su historia: China, Bolivia, Argentina, España. Porque la historia es una farsa y en el relato se permite aprovecharse de esa suerte: hay una historia textual y luego estamos nosotros, que somos producto de la historia, de la tradición y la economía. Maldita sea. Ni siquiera estamos seguros de que sea una suerte que las tradiciones todavía no las hayan comprado los bancos.
O la oligarquía. Pues con ella empieza el libro, que luego va cediendo, en cada relato, su lugar a un realismo social. Menos Borges y más Julio Ramón Ribeyro. Tanto siendo uno como otro, está a la altura de los maestros. El lenguaje se adapta, pero casi de forma imperceptible, según va fundando nuevas formas en unos relatos en los que casi lo único que tienen en común es la idea del extraño que llega. Puede ser un hijo pródigo que la memoria del barrio olvidó, o puede ser el Ché Guevara subiendo al trono de la presidencia de Bolivia. O Abigael Guzmán en China, topándose con Mao.
A medida que vamos leyendo, a pesar de tanto guiño culto, de tanta rendición a la historia, materia dúctil, es el retrato de una generación. Y más en concreto el retrato de esa generación en el momento de juventud. Presos en un lugar que se parece mucho a Perú, el bloque central del libro está lleno de los humildes y del interrogante de qué se supone que debemos pensar sobre alguien que no quiere ser como los demás. ¿Es vanidad lo que le enferma? No se puede estar enfermo cuando uno pretende ser distinto en una sociedad enferma. ¿O tal vez sí? ¿Tal vez quepan los dos modos de vanidad en un mismo relato breve? Relatos en los que las violencias se contienen, en el doble sentido de la expresión: existen, pero no copan las páginas principales, no son la idea con la que trabaja el autor. Alguien que, finalmente, pone sobre la mesa una distopía para pobres, antes de dar paso a un epílogo en el que Roma, y la lengua de Roma, se expone como el lugar de donde venimos. A fin de cuentas, Astérix no ganó la guerra contra ese imperio, del que hemos heredado casi todo, al que todavía le debemos, para bien y para mal, la lucha de clases y el lenguaje, esa materia que en manos de Escobar Ulloa parece que no va a terminar nunca de mostrar sus posibilidades.
Debemos incluir una advertencia. Los relatos vienen precedidos de un prólogo de Santiago Rocangliolo. Como suele ser el caso, se elogia el producto literario. En este caso, las razones que expone Rocangliolo se cumplen una por una. Genera una expectativa que no veremos defraudada. Su definición de guerra y de traición, a pie de calle es una atinadísima reflexión sobre las razones que empujan a alguien a escribir sobre los olvidados y lo que tiene que hacer los olvidados para sobrevivir en un mundo en el que darse una ducha de agua caliente es una conquista tras muchos días de asedio, de espera.

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