Amigos
de paso
Christopher
Isherwood
Traducción
de María Belmonte
Acantilado
Barcelona,
2025
383
páginas
Hemos
venido al mundo a observar, pero hemos venido al mundo a actuar. Ambas cosas,
la vida contemplativa y la vida de acción, no son incompatibles y lo mejor es
no plantearse que aquella que no practicas te aportaría los beneficios que no obtienes
con tu vida actual. Lo que es seguro es que hemos venido al mundo a dar
testimonio, a construirnos en un relato. Somos en la medida que nos
relacionamos, lo cual quiere decir que somos en la medida en que conseguimos
que nuestro relato sea creíble y sea atractivo. Podemos armar nuestra narración
en la barra del bar, frente a colegas, paseando con algún amigo o escribiendo
un buen libro. En los dos primeros casos no hace falta poseer un talento
exquisito, pero para el último sí. No existen los buenos libros sin los buenos
narradores, pues esa distinción que nos enseñaron en la escuela, la que
separaba forma y fondo, es un invento académico que a la hora de la verdad no
existe: somos como narramos, somos forma y fondo al mismo tiempo.
Christopher
Isherwood (Disley, Cheshire, 1904 – Santa Mónica, California, 1984) poseía el
talento para construir y el oído para armar frases, además de una capacidad de
observación en la que separaba lo que realmente resultaba atractivo de todo
aquello que percibía, y en lo que él también se veía inmerso como actor. Esta
obra, este Amigos de paso, es una demostración más de que estamos frente
a uno de los grandes. Serán cuatro personas, con las que se relaciona en cuatro
lugares diferentes a lo largo de un par de décadas, los centros de interés a
partir de los cuales nos hable de una vida en la que el impulso energético
parece estar siempre al filo de lo fugaz, y por tanto necesitar de constante
renovación. Para Isherwood descubrir el mundo será lo mismo que descubrir
gente, y esta gente precisará de estímulos constantes para sentirse vivos,
muchos de los cuales tienen que ver con el alcohol y la fiesta. Leyendo la
obra, uno se plantea si en realidad llegará el momento en que conozca del todo
a las personas. Volveremos a encontrarnos con esta gente que le rodea, por la
que Isherwood siente una atracción en ocasiones andrógina, sensual, pero en la
que siempre sabrá distinguir la amistad y el deseo de amistad.
«En
cierto sentido es mi padre, y en otro, mi hijo», dice Isherwood cuando comienza
a poner en marcha los mecanismos de la memoria para construir esta narración.
Confiesa que no intentará pedir disculpas en nombre del Isherwood que fue, que
intentará una reconstrucción y que con frecuencia siente la tentación de
tomarse a broma, pero que intentará evitarlo. Al devolver a la vida lo que
sucedió y las personas que conoció, Isherwood vuelve, por otra parte, a
recordarse que para estar en un mundo que merezca la pena, debemos confiar en
que estamos ampliándolo, haciéndolo más enigmático y más encantador. De eso
trata esta obra, con la que volvemos a reconciliarnos con la lectura, pues estamos
frente a uno narrador puro que sabe que su vida no tiene porque haber sido un
faro para nadie, pero tal vez pueda ayudarnos a comprender a los demás.
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