martes, 30 de septiembre de 2025

AMIGOS DE PASO

 

Amigos de paso

Christopher Isherwood

Traducción de María Belmonte

Acantilado

Barcelona, 2025

383 páginas

 



Hemos venido al mundo a observar, pero hemos venido al mundo a actuar. Ambas cosas, la vida contemplativa y la vida de acción, no son incompatibles y lo mejor es no plantearse que aquella que no practicas te aportaría los beneficios que no obtienes con tu vida actual. Lo que es seguro es que hemos venido al mundo a dar testimonio, a construirnos en un relato. Somos en la medida que nos relacionamos, lo cual quiere decir que somos en la medida en que conseguimos que nuestro relato sea creíble y sea atractivo. Podemos armar nuestra narración en la barra del bar, frente a colegas, paseando con algún amigo o escribiendo un buen libro. En los dos primeros casos no hace falta poseer un talento exquisito, pero para el último sí. No existen los buenos libros sin los buenos narradores, pues esa distinción que nos enseñaron en la escuela, la que separaba forma y fondo, es un invento académico que a la hora de la verdad no existe: somos como narramos, somos forma y fondo al mismo tiempo.

Christopher Isherwood (Disley, Cheshire, 1904 – Santa Mónica, California, 1984) poseía el talento para construir y el oído para armar frases, además de una capacidad de observación en la que separaba lo que realmente resultaba atractivo de todo aquello que percibía, y en lo que él también se veía inmerso como actor. Esta obra, este Amigos de paso, es una demostración más de que estamos frente a uno de los grandes. Serán cuatro personas, con las que se relaciona en cuatro lugares diferentes a lo largo de un par de décadas, los centros de interés a partir de los cuales nos hable de una vida en la que el impulso energético parece estar siempre al filo de lo fugaz, y por tanto necesitar de constante renovación. Para Isherwood descubrir el mundo será lo mismo que descubrir gente, y esta gente precisará de estímulos constantes para sentirse vivos, muchos de los cuales tienen que ver con el alcohol y la fiesta. Leyendo la obra, uno se plantea si en realidad llegará el momento en que conozca del todo a las personas. Volveremos a encontrarnos con esta gente que le rodea, por la que Isherwood siente una atracción en ocasiones andrógina, sensual, pero en la que siempre sabrá distinguir la amistad y el deseo de amistad.

«En cierto sentido es mi padre, y en otro, mi hijo», dice Isherwood cuando comienza a poner en marcha los mecanismos de la memoria para construir esta narración. Confiesa que no intentará pedir disculpas en nombre del Isherwood que fue, que intentará una reconstrucción y que con frecuencia siente la tentación de tomarse a broma, pero que intentará evitarlo. Al devolver a la vida lo que sucedió y las personas que conoció, Isherwood vuelve, por otra parte, a recordarse que para estar en un mundo que merezca la pena, debemos confiar en que estamos ampliándolo, haciéndolo más enigmático y más encantador. De eso trata esta obra, con la que volvemos a reconciliarnos con la lectura, pues estamos frente a uno narrador puro que sabe que su vida no tiene porque haber sido un faro para nadie, pero tal vez pueda ayudarnos a comprender a los demás.

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