Abigaíl
Magda
Szabó
Traducción
de Mária Szijj y José Miguel González Trevejo
Xordica
Zaragoza,
2024
390
páginas
Sigue
siendo la adolescencia la edad en que uno no cesa de preguntarse quién es, qué
diablos hace en este mundo, para qué sirve la vida, ¡maldita sea!, y qué
sentido tiene cada minuto que transcurre sin compañía, sin sentir que uno es
querido, que uno tiene ese don, el de querer. Hablamos, claro está, de los
momentos vitales en los que se centra el género de Bildungsroman, las
novelas de crecimiento, de iniciación, de aprendizaje, de presentación de la
vida y construcción de la personalidad. Pero en este caso, en esta
extraordinaria novela de Magda Szabó (Debrecen, 1917 – Budapest, 2017) debemos
añadir una situación extrema, de esas que convierten la mera existencia en una
cárcel: nos encontramos en 1943, año en que Alemania invade Hungría, y será la
guerra la que empuje al padre de la protagonista a tomar una decisión tan salvaje
como es esconderla. El padre, viudo, que mantiene una relación con la niña que
nos hace pensar en el complejo de Electra por parte de la muchacha, tan apegada
a él, es militar y la interna, casi en secreto, en un centro escolar aislado
del resto del planeta, en una especie de microcosmos con sus propias leyes,
como solo puede suceder en las provincias medio remotas. Y estas leyes resulta
ser de lo más agresivas para la muchacha. Comienza, entonces, una adaptación,
una supervivencia en tiempos de guerra.
Szabó
nos habla de qué es lo que sucede durante la guerra, fuera de las trincheras.
Esta novela se centra en cómo puede padecerse un conflicto extremo sin que oigamos
dispararse una sola bala. La atmósfera que consigue transmitir, y con un pulso
narrativo brillante, es la de la melancolía y la de la tragedia, una mezcla sin
duda difícil. Nuestra protagonista es un nudo de miedos, porque no sabe estar
en un sitio nuevo, tan diferente y con tantas exigencias, y por esa imposibilidad
de imaginar cómo va a ser el futuro, tan violento, tan diferente a lo que para
ella ha sido el confort de saberse protegida por un padre. A la única figura de
referencia la van sustituyendo los profesores y las compañeras, personajes
construidos con pocas pinceladas, pero que necesitaríamos varios adjetivos para
describirlos, por formar parte de un conflicto, el de construirse en la
derrota, que nos impulsa constantemente a continuar con la lectura. El único
apunte de intriga es una estatua, la que da nombre al libro, Abigaíl, en la que
se entregan y reciben mensajes, una estatua que representa la complicidad, el apoyo,
el medio de comunicación y hasta la proyección animista.
Abigaíl nos
remite a las grandes novelas del siglo XIX, creando uno de esos grandes personajes
que no querremos olvidar, como Emma o David Copperfield. Nos remite a humillados
y ofendidos, recordándonos que no siempre provienen de los barrios
desfavorecidos. Nos habla de la necesidad de mantenerse dignos a pesar de todo,
y de no confundir la dignidad con el orgullo. Es una narración valiente en la
que Szabó no se ha complicado a la hora de urdir una estructura que está en
función de la entrega medida de información hacia el lector: descubrimos todo
junto a la protagonista, la acompañamos como se acompaña a tu mejor amigo. No
cabe mayor elogio hacia una novela que pensar que durante la lectura nos hemos
implicado de esta manera, sintiendo a los personajes.
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