El
jardín contra el tiempo
Olivia
Laing
Traducción
de Lucía Barahona
Capitán
Swing
Madrid,
2024
271
páginas
Pasamos
la vida soñando con que llegaremos al paraíso y resulta que este está a nuestro
alcance sin apenas alejarnos. El paraíso nos lo hacemos. En este caso, Olivia
Laing (Chalfont St. Peter, 1977) nos expone que podemos construirlo
formalmente, y que al irlo desarrollando es posible irse reconociendo uno
mismo. El jardín contra el tiempo comienza hablando acerca de las dudas
que uno tiene sobre sí mismo, sobre qué es lo que le construye, sobre qué es lo
que uno construye, y termina convenciéndonos de lo importante que sigue siendo guiarse
por utopías. Lo que cuenta es el grado de humanidad que uno pone en las
actuaciones, tanto en la jardinería como en la escritura. Laing escribe con
amor sobre lo que la enamora, y ese espíritu sobrenada constantemente el texto,
que transmite una pasión que raramente se encuentra en la literatura.
Hay
un proverbio chino que dicta algo así como que si quieres ser feliz un día puedes
emborracharte, si quieres ser feliz un año puedes casarte, pero si quieres ser
feliz toda la vida, debes hacerte jardinero. En la jardinería, y en su hermano
mellizo, la horticultura, Laing descubre el equilibrio en la soledad. La
soledad, ya nos había advertido, es personal y es también política. Este ensayo
afectará, por tanto, tanto a lo psicológico como al ser social que somos. Nos
ayuda a caminar por la persecución del bienestar individual sin olvidarnos de la
relación con los demás, donde se demuestra la bondad, donde se demuestra la
solidaridad. El paraíso, al que intentan emular los jardines, es «un lugar
perdido donde todas las necesidades estaban satisfechas y el dolor aún no se
había inventado». Ese rasgo es el definitivo: uno sabe que está en el paraíso
porque no siente dolor. Esa necesidad es personal y es universal, lo cual nos indica
lo necesario que es este libro que nos anima a crear la relación apropiada
entre seres de especies distintas.
Por
el camino, Laing se adentra tanto en la historia de creadores de jardines y
huertos, como en las lecturas. Es cierto que la elaboración de estos paraísos
obedece a necesidades, pero también a criterios estéticos. En realidad, lo que
busca Laing es el sentido poético, la faceta ética y moral del arte. Se trata
de entregarse a una actividad que nos ayuda a ser mejores. Esta actividad
afecta al paisaje, y es en ese sentido en el que ella entiende el arte que,
como en cualquier otra de sus expresiones, representa una terapia contra la
fragilidad de lo real. Lo que será necesario es resolver esa dualidad que
supone el cuidado de la naturaleza con su domesticación, que merecerá la pena,
porque esa domesticación supone traer a la naturaleza hasta el hogar. Pero las
inquietudes de Laing, como en toda su obra anterior, atañen también a la
evolución del orden social. La evolución de las explotaciones agrícolas en los
cinturones urbanos servirá para hablar sobre la formación de la clase obrera,
por ejemplo. Hemos utilizado la palabra evolución, que es una de las claves de
este hermosísimo ensayo. El jardín es un hogar, un encuentro de especies, y por
lo tanto está vivo, están en constante cambio, está en gestión e impone el
concepto de adaptación. Será la sensibilidad el termómetro que ella vaya aplicando
a medida que penetra en el estudio de esta utopía: la creación o reelaboración
del paraíso. Este libro nos demuestra que es posible la intromisión poética en
el género del ensayo y, lo que resulta más inusitado todavía, que en los libros
que se supone se han construido sobre todo con el pensamiento cabe la bondad.
Fuente: Zenda
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