jueves, 27 de mayo de 2021

EL CANTO DE LAS MONTAÑAS

 

El canto de las montañas

Nguyên Phan Quê Mai

Traducción de Carmen Francí Ventosa

AdN

Madrid, 2021

390 páginas

 


La guerra ha estropeado todo un siglo y no cesa de marcarnos como seres con un destino en el que la crueldad es factor común. Es posible que resulte un tópico sugerirlo, de nuevo, pero estas guerras, las de la independencia de principios y mediados del siglo XX, las guerras mundiales, guerras como la de Vietnam, han atravesado nuestra alma, al margen de las cicatrices marcadas en nuestro cuerpo, y se hace necesaria una revisión del relato del pasado para cauterizar algo que es más que la psicología del individuo. A esta estirpe de intenciones pertenece la novela que tenemos entre manos, en la que la autora, Nguyên Phan Quê Mai (Vietnam, 1973), nos habla de un país atravesado por la locura. Frente a la locura, el remedio, tal vez, está en el tipo de consuelo del que nos habla al principio del libro:

“Durante en transcurso de la guerra, las historias de la abuela nos mantuvieron vivas a mí y a mis esperanzas. Me di cuenta de que el mundo era injusto y que tenía que devolver a la abuela a su pueblo para buscar justicia, incluso venganza.”

Ahí está la figura de los abuelos para contrarrestar el malestar, pero también la figura de una reparación en la que la venganza podría sustituir a la justicia, cuyo asunto sigue siendo la armonía, si no logramos la mejor de las opciones. Las narradoras, dos mujeres de la misma familia que cuentan la vida del lugar y de los suyos en diferentes momentos, hablan directamente al lector a través de la figuración de hablar a un familiar. En realidad, se están dirigiendo a las generaciones que fueron y a las que están comenzando a ser. En realidad, la novela es un registro de la historia de Vietnam en el siglo XX, al menos un registro de lo que le ha sucedido a las personas, al individuo, a las almas. Por momentos se nos antoja un tanto administrativo, pues la autora elige enunciar en lugar de mancharse las manos con las descripciones; pero el motivo es que debe dejar paso a los sucesos, que no cesan de acontecer en cascada, sin descanso, afectados por los movimientos y las convulsiones que sufre el país. En este sentido, podríamos decir que estamos frente a una novela histórica: cada acontecimiento afecta a los personajes, seres agarrados a una tabla de náufrago en plena tormenta. Constantemente, se nos recuerda lo diminutos que somos.

La novela está estructurada de forma pendular -entre el momento de la lucha por la identidad y la resaca de una guerra salvaje que terminó en un régimen comunista- y funciona como un libro de texto en el que se nos narra lo que no debemos olvidar, pero con lo que debemos reconciliarnos. Hay una dualidad de planteamiento de fondo: por un lado se lamenta del paraíso perdido, de las infancias, de lo hermoso que pudo ser vivir; y por otro, muestra una suerte extraña de spleen, de bilis negra, por tener que plantearse, sí, que bonito fue todo durante este paseo por el tiempo. La búsqueda de sosiego puede llevarnos incluso a un refugio que se llama La casa de la pradera. En realidad, se trata de una novela sobre la locura y sobre la lucha contra la locura, que es uno de los grandes temas de la narrativa mundial, al menos desde Conrad.

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