viernes, 2 de octubre de 2020

SENDEROS

 

Senderos
Torbjørn Ekelund

Traducción de Bente Teigen y Mónica Sanz

Volcano

Madrid, 2020

200 páginas

 


El mundo no es una construcción mental. Aunque, eso sí, necesitamos hacerlo nuestro, verlo, olerlo, oírlo, para que exista, porque nada existe si no es para nosotros. La afirmación no carece de solipsismo, si bien se fundamenta en algo tan incontrovertible como la realidad, es decir, lo que tiene una presencia física y es susceptible de ser reconocido por los sentidos. Pero es esa presencia física lo que hace del mundo una obra que pervive más allá de la muerte, incluso más allá de no haber nacido. Lo que nos conmoverá va a ser la manera en que nos vinculemos a él, pues deshacernos de cualquier relación con el entorno no está entre lo posible. Torbjørn Ekelund (Noruega, 1971) ha decidido que la mejor forma de estar en el mundo, la más natural, la más humana, es caminar. Y elige los senderos, las líneas sobre la Tierra en las que caminando uno no puede darse de bruces con motores ni con hormigón ni con humo de fábricas. Ekelund elige la naturaleza y el movimiento, un movimiento a escala humana, un acto tan común como pasear, vagar, deambular o marchar.

Su atracción surge durante la infancia, con paseos familiares a lo que él considerará el sendero guía, el paisaje que reconforta. Pero será un episodio epiléptico, que le impedirá volver a conducir, lo que le oriente hacia una actividad en la que el pensamiento se elabora mejor, en la que los problemas se dimensionan con astucia y se resuelven lenitivamente, en la que la mente y los sentimientos colaboren para lleva a cabo una suerte de meditación, una meditación que surge, nuevamente, de forma natural, sin artificios y hasta sin deseo. Ekelund vuelve a los orígenes del hombre, una y otra vez, mientras nos relata sus sensaciones en los senderos, en una selección que abarca, sobre todo, sus pasos por Noruega. De vez en cuando se detendrá para comentar algo acerca de los senderos claves del mundo, desde la Senda de los Apalaches hasta el Camino de Santiago, o para dar paso a otras voces, a caminantes a los que él ha admirado. El mundo de Ekelund parece estancado en un siglo anterior, de hecho, en la época del romanticismo. La atención que presta a la pisada, que es una mirada hacia el interior, se asocia con la atención que presta a la huella, que es una mirada haca el exterior. Y serán las huellas los símbolos de felicidad que irá escogiendo.

Durante la lectura de éste Senderos nos vemos sumergidos en un espíritu nómada bastante depurado: al fin y al cabo, los nómadas que siguen practicando esta cultura no cesan de regresar a lugares que ellos pueden calificar de hogar. Y Ekelund no pierde la noción de quién es y a qué mundo pertenece, no deja de ser, en ningún momento, uno más de nosotros. Alguien, eso sí, para quien sentir se iguala a pensar, hasta el punto de confundirse. Tal vez porque se trate de la misma tarea, de la misma emoción. Es posible que al traspasar a palabras sus sensaciones uno tenga la impresión de que cae en nuevas versiones de expresiones conocidas. Pero la intención de Ekelund no es tanto la de ser original como la de ser sincero. Y la de compartir sus muletas para sostenernos en una sociedad que no cesa de acosarnos. No se trata de descubrir el arte de caminar, sino de redescubrirlo:

“El sendero es la metáfora perfecta. Alberga todos los sentimientos y añoranzas del mundo. Duda y fe, nacimiento y muerte, reflexiones, esperanza, el camino a la salvación, el camino a la perdición, el camino hacia lo desconocido, el viaje de principio a fin”.


Fuente: La línea del horizonte 

 

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