Traducción de Bente Teigen y
Mónica Sanz
Volcano
Madrid, 2020
200 páginas
Su atracción surge durante la infancia, con paseos familiares a lo que él
considerará el sendero guía, el paisaje que reconforta. Pero será un episodio
epiléptico, que le impedirá volver a conducir, lo que le oriente hacia una actividad
en la que el pensamiento se elabora mejor, en la que los problemas se
dimensionan con astucia y se resuelven lenitivamente, en la que la mente y los
sentimientos colaboren para lleva a cabo una suerte de meditación, una
meditación que surge, nuevamente, de forma natural, sin artificios y hasta sin
deseo. Ekelund vuelve a los orígenes del hombre, una y otra vez, mientras nos
relata sus sensaciones en los senderos, en una selección que abarca, sobre
todo, sus pasos por Noruega. De vez en cuando se detendrá para comentar algo
acerca de los senderos claves del mundo, desde la Senda de los Apalaches hasta
el Camino de Santiago, o para dar paso a otras voces, a caminantes a los que él
ha admirado. El mundo de Ekelund parece estancado en un siglo anterior, de
hecho, en la época del romanticismo. La atención que presta a la pisada, que es
una mirada hacia el interior, se asocia con la atención que presta a la huella,
que es una mirada haca el exterior. Y serán las huellas los símbolos de
felicidad que irá escogiendo.
Durante la lectura de éste Senderos nos vemos sumergidos en un espíritu
nómada bastante depurado: al fin y al cabo, los nómadas que siguen practicando esta
cultura no cesan de regresar a lugares que ellos pueden calificar de hogar. Y
Ekelund no pierde la noción de quién es y a qué mundo pertenece, no deja de
ser, en ningún momento, uno más de nosotros. Alguien, eso sí, para quien sentir
se iguala a pensar, hasta el punto de confundirse. Tal vez porque se trate de
la misma tarea, de la misma emoción. Es posible que al traspasar a palabras sus
sensaciones uno tenga la impresión de que cae en nuevas versiones de
expresiones conocidas. Pero la intención de Ekelund no es tanto la de ser
original como la de ser sincero. Y la de compartir sus muletas para sostenernos
en una sociedad que no cesa de acosarnos. No se trata de descubrir el arte de
caminar, sino de redescubrirlo:
“El sendero es la metáfora perfecta. Alberga todos los sentimientos y añoranzas del mundo. Duda y fe, nacimiento y muerte, reflexiones, esperanza, el camino a la salvación, el camino a la perdición, el camino hacia lo desconocido, el viaje de principio a fin”.
Fuente: La línea del horizonte
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