Dioses contra microbios
Alejandro Gándara
Ariel
Barcelona, 2020
221 páginas
“O vivimos para construir nuestro carácter o vivimos para defender nuestros intereses”.
El dilema, añade
Alejandro Gándara, es sencillo. Pero no deja de ser una decisión que, tristemente,
no siempre está en nuestra mano elegir. Vivir para defender nuestros intereses
tiene mucho de construcción social. Al igual que la conciencia, por ejemplo. Lo
cual no implica que no podamos vivir para construir nuestro carácter, es decir,
para intentar ser mejores de día en día, sin una meta fija. La vida es
conflicto y pensar que éste tiene solución sirve para crear tensiones. Eliminar
estas tensiones y aprender a vivir en el conflicto, que nos servirá, pues, como
impulso ético, es la enseñanza que nos trae este libro, estos dioses contra
microbios, que nos devuelven a la forma de entender el oficio de vivir que sentían
los griegos. El libro puede parecer oportunista, embarcado en la ola de ensayos
sobre pandemias y confinamientos al que nos vemos abocados. Nada más lejos. Se
trata de un ensayo que podría haber sucedido sin el malestar que ha empañado el
2020. Porque la referencia a la sabiduría de los clásicos no deberíamos de
haberla perdido nunca, pues ha implicado deshumanización, pérdida de identidad,
vagar en la noche sin una linterna.
Gándara se centra en dos
tipos de lucubraciones: las que tienen lugar dentro y entorno a su cuerpo a
cuenta del confinamiento y las que hacen referencia a cómo afrontaban el trance,
los trances, los griegos. Los centros de interés van variando, pero no pueden
ser más universales, más eternos: el estrés, el héroe, los ritos, la belleza,
el alma, el sueño, los números, los sentimientos, el miedo, la poesía. Saca a
la vista los monstruos contemporáneos, los individuales y los sociales, y va,
poco a poco, reflejando las pérdidas que nos ayudarían a solventar este tedio y
este dolor, enfrentando, constantemente, el pensamiento a partir de dilemas:
los cotidiano contra lo mítico, las palabras como mensaje y como contenido, el
conocimiento frente a la divulgación mediática, el control del medio contra el
reposo de la verdad, la comunidad o tribu frente a la sociedad o degeneración
de la polis. La vida, nos viene a decir, es contradictoria: nada es del
todo bueno y nada es malo por completo. Ante el acoso de los espacios
subjetivos, se expone la necesaria investigación sobre los espacios objetivos,
siempre y cuando seamos conscientes de que será la investigación y no las
conclusiones donde se halle lo que precisamos: aquello que nos hará sentir más
enteros, menos desgraciados.
Las interpretaciones
constantes de mitos, desde Eros y Tánatos a los protagonistas de la Odisea,
está llena de una inteligencia transversal: Gándara posee el don de mirar desde
ángulos diferentes, de “captar lo que se escapa a la aritmética del control”.
Sobre la verdad nos indicará que, por cruda que sea, es hospitalaria. Sobre el
equilibrio sentimental nos afirmará que solo el amor es capaz de infundir a la
vez la inspiración para la acción y la libertad para llevarla a cabo: “Nunca te
sientes más audaz ni más dueño de tus elecciones”, afirma. De la poesía nos
recordará que para los griegos antiguos era la sabiduría que engendró la
ciencia y la filosofía, el arte que inspiró la ciudad, hizo posible la tragedia
y construyó la memoria. “Hasta donde llego, cuáles son mis límites, la medida
de mis fuerzas, de mi inteligencia, de mi capacidad de amar” son preguntas que
si uno responde honradamente lo transforman en un héroe. El héroe es el que
desafía a la vida, nos dice, algo que deberíamos recordar fuera de este tiempo.
En lo que atañe al
momento que estamos viviendo, cuando Gándara atiende a los mensajes que
recibimos no cesa en un empeño crítico, como si respetara, con frecuencia, al
cuerpo, que es donde sentiremos la sanación, y denuncia al mal que nos sacude por
el pésimo gusto contemporáneo: “Cuanto más fuerte sea el contagio de las palabras,
más intenso es el deseo de libertad física y, proporcionalmente, más difícil de
cumplir o de satisfacer”. A estos males no le queda más remedio que consagrar
unos cuantos párrafos, entre salto y salto por los beneficios de recordarnos
que deberíamos leer a los clásicos griegos, volver a los clásicos griegos,
estudiarlos y, sobre todo, pensar mucho y sentir mucho con ellos.
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