viernes, 31 de mayo de 2019

EL TIEMPO DEL VACÍO


El tiempo del vacío
Jokin Azketa
Desnivel
Madrid, 2019
248 páginas

Convencido de que la gente es buena, en el buen sentido de la palabra bueno, Jokin Azketa sigue elaborando un proyecto literario con el paisaje de la montaña como parte de la construcción de la personalidad. Incluso en un caso como el de El tiempo vacío, en que se nos presenta un caso de intriga con asesinatos que resolver, la bonhomía se impone: en la cortesía con la que se relacionan los protagonistas, que no puede ser una invención social, en la fragua de una nueva amistad entre dos personajes dispares, en las intenciones de buscar lo mejor para los desconocidos que, paradójicamente, existen incluso en la motivación del criminal. Porque éste se debate en el conflicto ético de la protección de los bienes comunes, la naturaleza, y es consciente del daño que a ella le provoca el exceso de gente, los descuidos de la humanidad, la basura que derramamos. Así pues, se plantea del debate sobre los límites de los círculos de protección de dos tipos de vida que parecen haberse alejado de forma irreversible: la humana y la natural. Tal vez la deriva del mundo termine con el exterminio de una de las dos, pero confiamos, en cualquier caso, que no sea a base de precipitar aleatoriamente a senderistas por los barrancos de Pirineos.
La novela se resuelve en varias voces, la de los dos personajes más importantes, que llevan la mayor parte de la carga narrativa, con ocasionales intervenciones del antagonista, que permanece siempre escondido, disfrazado, camuflado, invisible. Es alguien que observa, aunque se trate del impulsor de la acción. Una acción que tiene por caracteres a un directivo de la federación de montaña y un investigador privado. Ambos muy amigos de la charla, otro detalle que habla sobre la confianza en el ser humano de nuestro autor: los buenos hablan entre sí, mucho, con confianza, con ánimo, con optimismo, sin desfallecer, mientras que el supuesto asesino solo se descarga por monólogos interiores o con cartas. Unos representan lo mejor del ser humano, el compañerismo, el otro padece una soledad sin ninguno de sus privilegios, monomaníaca y sórdida a pesar de la montaña.
Buena parte de la obra está resulta sobre el diálogo, al menos la parte contemporánea, pues hay una suerte de investigación histórica en la que participa la legendaria figura del Conde Russell, el padre del pirineísmo, y unos soldados del ejército nazi, en unos episodios que mantienen el pulso narrativo con más contundencia, tal vez porque en unos episodios predomine los psicológico, la tarea de personajes, mientras que en otro la narración se permita comulgar con la crónica, aunque contenga dosis altas de ficción. En cualquiera de los dos momentos, la obra contiene un espíritu cartográfico: la representación de los Pirineos, sus mejores rutas, sus lugares emblemáticos, sus cumbres y sus valles, sus rincones adorables, y el respeto a cada una de las rocas y a cada una de las raíces y las nubes, navegan por las emociones de los protagonistas. Uno de ellos, el investigador privado, es un novato en el mundo de la montaña. Gracias a su ignorancia, podremos viajar por una de las cadenas montañosas más amables y agradecidas del mundo.
Y sí, están las intenciones de crear una obra de intriga, un relato que va cobrando interés a medida que avanzan las páginas. Al fin y al cabo, no somos inmunes a la suerte de unos protagonistas cuyas cualidades humanas nos van ganando muy poco a poco. De otra manera, la hipótesis de Jokin Azketa, la confianza en la bondad de los hombres, no se sostendría. Y es una hipótesis que nos interesa sostener, por mucho que la gente nos arroje ladrillos a la cabeza.

Fuente: La línea del horizonte

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