martes, 28 de mayo de 2019

BRUJAS Y NIGROMANTES


Brujas y nigromantes
Raquel Brune
Hidra
2019
538 páginas

A los quince años se puede leer Fausto, de Goethe, y entender la historia de amor y condena que esconde. Tal vez se nos escapen los matices más culturales, tal vez no entremos en el debate ético y sobre al más allá, pero no se nos escapará la poesía, ni el tipo de enamoramiento platónico -aunque no sepamos que existe el concepto- ni la reflexión sobre la vida al otro lado de la tumba. Comprenderemos otro significado de la poesía y la reflexión romántica. Y eso se entiende con todas las células del cuerpo, no solo de la inteligencia.
Sin embargo, una suerte de inteligencia social, de civilización, ha ido definiendo los límites de la literatura juvenil con un acierto al que debemos atender con rubor. La propia Raquel Brune (Madrid, 1994) señala con quién está en deuda: J.K. Rowling, Laura Gallego, Jonathan Stroud, Neil Gaiman y victoria Schwab. Nada de Goethe, ni de Proust ni de Stendhal, que también aparece mencionado a través del síndrome que lleva su nombre. La literatura de corte juvenil contemporánea se retroalimenta. Y amplia el espacio hasta las quinientas páginas, en un antojo que parece tener más de comercial que de necesidad expresiva de los creadores. Porque sí, tras esas páginas y después de estos comentarios, debemos señalar que existe un afán creativo. Brune habla de fantasía, no de imaginación, seguramente porque no deja de mirar la faceta más vinculada a la magia de su obra. A la hora de la verdad, lo más interesante no se encuentra en la fantasía, en la lucha de las brujas por mantener su esencia, sino en el retrato contemporáneo.
La obra ofrece una lectura enunciativa explícita: todo queda expuesto, de manera que las interpretaciones que pueda hacer el lector coincidan con las intenciones de la autora. La estrategia tiene su razón de ser, dado que Brune tiene siempre presente a qué tipo de lector se dirige. Pero ese lector posee una sensibilidad que está probando bombas constantemente, así pues, admite una lectura con interpretaciones propias. Lo que ocurre es que esas interpretaciones es posible que no lleguen en el momento de la lectura: el libro da pie a que estén vinculadas a su día a día, a sus lazos emocionales y de pareja, a sus relaciones con los medios de comunicación, a sus redes sociales, a su lenguaje, a las calles que pisan cuando pisan las calles, a sus atribulaciones, entre las que destaca la que concluimos de la lectura metafórica: en una etapa del cambio, uno duda si ha perdido su magia, si alguien se la está robando, si tiene enemigos con una magia contraria a la propia.
Porque lo que no podemos negar es que la novela está escrita para gente en tiempos mágicos. Se trata de una etapa maravillosa de la vida, contra la que la civilización construye demasiadas cosas, acosa desde demasiados costados, nos muerde demasiado los tobillos. Es en ese sentido en el que debemos agradecer las obras de los autores antes mencionados. Y las intenciones de Brune, que ha puesto mucho esfuerzo en construir y escribir esta obra sobre el conflicto interior de una joven. No se trata de gran literatura, de Proust, de Goethe, de Stendhal. Ni lo pretende. Ni falta que hace. A veces necesitamos recordar quienes fuimos, sobre todo si no terminamos de conciliarnos con nuestra adolescencia.

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