Muerde ese fruto
Aharon Quinconces
Tolstoievsky
Alicante, 2016
140 páginas
La novela urbana es como un cadáver con prótesis de plástico: por más que uno se empeñe en enterrarla, una buena parte de ella no se degrada. Las razones pasan por la falsa expectativa que supone la novela urbana: catalogamos como tal a obras que suceden en las ciudades, porque las ciudades permiten reunirse a gente de diversa condición, distinto estrato social y con variados oficios, en un espacio limitado por las calles. Dado el origen, con frecuencia desconocido, de cada uno de los que intervienen, el protagonista desconfía de todos. La desconfianza se traduce en la manía de expresarse con paradojas, un juego casi cínico en el que los escritores se mueven como pez en el agua, pero un juego, al fin y al cabo, tan limitado como el espacio de las calles. Sin embargo, una novela urbana tendría que ser un ladrillo enorme en el que la principal característica fuera la que define a una ciudad: que la gente no se conoce. Mientras tanto, asistiremos a ese cadáver con más prótesis que órganos, que es la novela que reúne a gente de estirpes variadas por lo general alrededor de un cadáver. Y el cadáver suele aparecer en la primera página.
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