Los
alados
Elisabet
Riera
Siruela
Madrid,
2025
222
páginas
En
este ensayo, precioso hasta generar mucha ilusión en el lector, Elisabet Riera
(Barcelona, 1973) se plantea girar alrededor de los nexos que unen a la
espiritualidad con la poesía. Por momentos, podemos llegar a pensar que se trata
esencialmente de lo mismo. Pero para decantar esta idea, se atravesarán bosques
que beben de los diccionarios de símbolos, de las mitologías que cobraron vida
en casi todos los lugares del planeta, de las religiones y de la ciencia. Se
trata de enfrentarse a las verdades, porque existen apellidos diversos para la
palabra verdad y esto es lo que nos enriquece: que la verdad no es lo mismo que
la certeza, que pueden convivir la verdad poética con la verdad científica, que
la diversidad mantiene abierto el diálogo y el aprendizaje. Y de esta esencia,
que no cesa de saltar por el libro en cada párrafo, nos habla Riera con mucho cuidado,
con mucha delicadeza. De hecho, uno no puede sino terminar por preguntarse cómo
puede ser malo un mundo en el que se ha creado todo a lo que aquí se canta: el
arte, la lírica y la épica, la narración y, por encima de todo, ese concepto abstracto
que tan ligado tenemos a ese elemento concreto que son las alas y que conocemos
como libertad.
Hay
una figura mitológica a la que recurre Riera con frecuencia, la del adivino
ciego Tiresias, que ayuda a la autora a elaborar la confección de este texto, por
el que sobrevuela, también, la libertad. Da la sensación de que el plan previo
es el de ir arrojando piedras al estanque para comprobar cómo las ondas que
produce la última afectan a las que ya navegan por la superficie del agua. Es
decir, Riera escribe con mucha libertad, la que le permite ir asociando ideas.
Pero para tener en la caja de la memoria todas estas ideas uno debe haber
estudiado mucho, haberse preocupado mucho y haber destilado mucho todo aquello
por lo que se ha preocupado. Y luego intentar poner en orden un trabajo en el
que para hablar de lo humano se recurre a lo divino: «De todo lo que pertenece
al cuerpo, son las alas lo que más participa de la divinidad». El ave Fénix,
Cupido, los ángeles, las ocas sagradas, los habitantes de los bestiarios, todo
lo que afecta a la realidad y a la imaginación, toda creación y todo análisis
afectarán a las posibles idas y vueltas que enriquecen este texto. Dentro del
texto, efectivamente, no se renunciará a la presencia de las alas que no son físicas,
porque Riera sabe que eso que se conoce como alma también necesita alas, necesita
libertad: Hacer alma, decía Jung, es la única forma de salvarnos. Y este ensayo
nos muestra cómo nutrirnos para ir haciendo alma. De hecho, mostrarnos lo que
hemos creado, sin que deteriore nuestro medio ambiente, es una invitación a
seguir creando, con respeto, para ir haciendo alma.
Una
de las cualidades propias del ser humano, la que tal vez sustituya a las alas
de las aves, es la imaginación. Para que esta practique aquello que le es
propio, el vuelo, conviene haber llenado de combustible del conocimiento los
depósitos. Lo que une a la imaginación y al conocimiento somos nosotros, esa
parte artística, o poética o, por qué no, espiritual que nos es propia. Podríamos
hablar de un sexto sentido, el que posee Tiresias, que nos demuestra que
podemos viajar más allá de los cinco que conocemos. Pero no se trata solo de Tiresias,
sino también del creador de Tiresias, que fue un ser humano, alguien con una
capacidad sin limites para echar a volar la imaginación y narrar. Hoy Elisabet
Riera nos recuerda la importancia de esa estirpe de creadores, y nos lo
recuerda de la forma en que mejor cala nada en nuestro imaginario: con la
alegría de la belleza.
Fuente: Zenda
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