miércoles, 15 de marzo de 2023

TRES ANUNCIOS EN LAS AFUERAS

 

Tres anuncios en las afueras

(Martin McDonagh, 2017)

 



En cierta ocasión elaboré la extraña lista de los libros que me gustaría haber escrito: El ruido y la furia, El desierto de los tártaros, El gran cuaderno… No he querido empeñarme en la de las películas que no concibo cómo pudieron ocurrírsele a sus directores, sobre todo cuando este coincide con ser también el guionista. Tres anuncios en las afueras bien podría formar parte de dicha relación. No se trata de una película psicológica, aunque lo parezca, pues los sucesos no suceden a consecuencia de la personalidad de los protagonistas, sino que los personajes han sido imaginados para justificar los sucesos y situaciones que van ocurriendo. Y éstos nos dejan con la sensación de encontrarnos con algo desconocido, con algo que no hemos visto cien veces antes, con algo alejado de lo predigerido, la lección simple y la oratoria provinciana. De hecho, sería complejo intentar describir en qué porcentaje participan varios de los principales géneros narrativos en la película: hay mucho de drama y algo de comedia, contiene cine negro, thriller, y contiene un toque de Western con su apunte de poema heroico, y podría hasta representar una leyenda. En algún instante nos remite, por contraste, a los dibujos de Norman Rockwell y descubrimos que estamos en su antítesis: nos preguntaremos qué aspecto tienen los herederos de esas caricaturas tan bondadosas, cuando se han tenido que enfrentar a la realidad del sudor y el sufrimiento.

Estamos en lo que llamamos la América profunda, lejos de lugares donde puede existir un movimiento altermundista, allí donde los señores feudales se llaman Wall-Mart, Exxon o Coca-Cola. Es un mundo convencido de que la estatización es abominable, por mucho que implicara mayor gasto social o cobertura médica. Son lugares donde podemos encontrar poblaciones de diez o quince mil habitantes que invierten la mitad de su presupuesto municipal en policía, incluido un equipo de S.W.A.T., de tipos especializados en situaciones de alto riesgo. Se trata de gente convencida de que lo natural es vivir con endeudamientos criminales, viendo la Fox y sembrando de patriotismo los discursos y los diálogos. No son capaces de reconocer que existan otros sistemas de valores que no sean los propios, y cuando se topan con ellos, no los reconocen como sistemas de valores. En ese sentido, sin ahondar en este tema social y me atrevería a decir que sin pretenderlo, Tres anuncios en las afueras apunta un poco hacia la antropología. Tal vez los apuntes de humor que surgen entre las situaciones espantosas que describe se deben a que la alternativa a la sonrisa es morir descalzo. Eso de morir con las botas puestas es un tópico de un sistema moral arrabalero, ese en el que se confunde la dignidad con la tradición.

En ese ambiente una madre coraje, cuya actuación merece muchas críticas, nos demuestra que tener muy claro lo que uno quiere no supone librarse de la pérdida del Norte. Nuestra mujer está desnortada y entendemos por qué. Como podemos entender a casi todos los demás personajes, los principales, al menos en algún momento de la actuación, pero raramente, por no decir nunca, nos gustaría estar en su pellejo: no resulta sencillo identificarse con ninguno de ellos. Son seres dañados, consumidos por la situación, sobre los que tenemos que ejercer una gimnasia empática que nos lleva a cuestionarnos si la empatía es el valor con el que deberíamos ver esta película. Pero el cine impone empatía, si no nos importan ellos, nuestros compañeros durante los minutos de proyección, ¿qué sentido tiene seguir asociándonos a su suerte, aunque sea en el ámbito emocional?

«Si ni los abogados ni los publicistas son ya de fiar, en qué se ha convertido este país», dice la protagonista, Mildred Hayes, interpretada por Frances McDormand, que empuja a la policía a encontrar al asesino de su hija colocando tres llamativos y casi insultantes anuncios en las afueras de la población. Los publicistas, todo el mundo lo sabe, tienen como fundamento el engaño. Los abogados la seducción para llevar el agua a su molino. Son oficios cuya proximidad a lo fiable, en la atmósfera que recrean películas como ésta, es muy cuestionable. Pero la frase representa un poco la intención de incomodar, de desconcertarnos con lo posible, con algo que podría estar ocurriendo en la arañada superficie de la Tierra. Aunque por momentos pensemos que nos enfrentamos al límite a partir del cual surge la exageración, y esta impresión se debe a que sabemos que el relato es producto de una imaginación que supera a la nuestra.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario