miércoles, 8 de marzo de 2023

EL GABINETE DEL DOCTOR CALIGARI

 

El gabinete del Dr. Caligari

 



Es cierto que el cine nos ofrecerá obras mucho más sofisticadas, más complejas, más emotivas y más intelectuales que El gabinete del Dr. Caligari, pero difícilmente encontraremos alguna tan imaginativa y con semejante encanto. Hablamos del año 1919, cuando el cine apenas comenzaba a echar a andar, cuando se estaban asentando las bases de la que sería la fábrica de sueños. Y de sueños es, precisamente, a lo que se refiere esta obra, aunque sólo como puerta de entrada, aunque sólo sea por su estética. Nos habla de sueños y de pesadillas, de los relatos y de las imágenes atormentadísimas que provoca la locura. Todo lo que supuso el expresionismo alemán -distorsiones, énfasis, dolor, los límites de lo humano, el desgarro de lo casi imposible- está en función de mostrarnos que, frente a cualquier otro tipo de infierno, el de la locura se impone como el más brutal.

Un tipo le narra a otro su encuentro con el doctor Caligari, que tiene a su servicio a un sonámbulo. Caligari sería el juez que manda ejecutar, por impulsos atrabiliarios, y el sonámbulo el arma que asesina. Este relato, el gran flash-back -o relato traducido a imágenes-, sucede recreando una atmósfera que sólo sirve para intranquilizar: ¿quién osaría vivir en un lugar donde los ángulos son imposibles, donde las jerarquías se imponen desde taburetes diseñados por un esquizofrénico, donde las paredes se vencen y hasta el cielo está atrapado entre planos irregulares? Y, sin embargo, los muchachos protagonistas intentan ser felices mientras cortejan a la misma mujer. Encerrados dentro de la pantalla, encerrados dentro de una ciudad pintada, y diseñada por un arquitecto que podría ser un mestizaje de Satán con un niño al que no se le pone freno, la gente intenta hacer las mismas cosas que haría alguien normal: salir de paseo, leer, solventar los problemas burocráticos.

Pero todo ello rozando con el absurdo: se lee de pie, uno se tumba sobre los papeles para firmarlos, se duerme cabeza con cabeza sobre colchones inclinados y las ventanas, nuestros huecos al aire que en este caso se muestra menos libre que en ninguna otra ocasión, son deformaciones geométricas. Aquí sólo cabe la locura. Ahora bien, ¿qué mayor locura existe entre la vida humana que la maldad? La suposición de Jung, que afirmaba que la maldad existe, pero que la maldad es una patología, cobra especial relevancia en esta obra. El nexo entre maldad y locura, contemplando la posibilidad de sanación, es un recurso frecuente en el cine de terror, del que esta película es siempre precuela. En el cine de terror, eso sí, suele indicársenos que esa guerra está perdida y que lo único que podemos hacer es librar batallas. El mal, la locura, seguirá existiendo cuando nosotros hayamos desaparecido. El combate, eso sí, está dentro del ambiente que podemos manejar. El problema es que el ambiente, en El gabinete del Dr. Caligari, es peor que una opresión: duele como duelen los momentos más críticos de una enfermedad.

Estos fundamentos, que la unen al expresionismo, nos lleva a preguntarnos si esos personajes, que sobreactúan también de manera expresionista, son ideas y si la película no será, por tanto una aventura metafórica. Pero, ¿por qué necesitaríamos pensar en alegorías cuando estamos frente al sueño y a la locura? En el sueño reparamos nuestra máquina averiada: nos permitimos dar salida a nuestros deseos y a nuestros miedos, practicamos nuestro pequeño exorcismo sin tener ningún control sobre ellos. Esta falta de control es lo que diferencia a los sueños de El gabinete del Dr. Caligari, pues aquí existe un relato, que podrá ser inverosímil, pero es coherente. Por eso sabemos que nos enfrentamos a la locura. Un loco compone su propio relato a partir de los elementos que él percibe de la realidad, y en su relato todo encaja. La locura es un mal con las piezas perfectamente ensambladas. Otra cosa es que ese castillo carezca de ningún ángulo recto. De ahí, seguramente, la vinculación de la locura con el miedo. Al final, uno sólo siente miedo a la parte que no conoce de uno mismo, a no saber predecir sus propias reacciones, sus emociones. Sobre ese sustrato se alimenta esta película, de la que tuve la primera noticia leyendo Historia del cine de Román Gubern. En algún momento, a quien adore el cine le sugeriría la lectura de una obra de este estilo para ir apuntando todos los títulos fundamentales. Conocer de dónde venimos, en un medio que hasta puede explicarnos los vínculos entre los sueños, los miedos y la locura, ayuda a ahuyentar supersticiones y a descreer de los tópicos.

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