viernes, 3 de diciembre de 2021

PARISIA

 

Parisia

Damián Cordones

El Transbordador

Málaga, 2021

130 páginas

 


Hubo un tiempo en que los albañiles dejaron de cantar canciones de Juanito Valderrama y las botellas de Anís del Mono comenzaron a no ser tan populares.

Digamos que en este país se abrían caminos hacia el optimismo, mientras los gritos ibéricos -los que cantaban los goles o desafiaban a los machos de otros países- iban perdiendo fuerza. Se intentaba eliminar la penumbra con la misma decisión con la que se intentaba eliminar el hambre, los jóvenes empezaron a pasearse en Vespino y las turistas hacían top-less en las playas. La misa de doce de los domingos tenía una función más social que religiosa, porque la religión ya no conseguía meter miedo: los convencidos de que no había Dios eran tan numerosos como sus seguidores, y éstos comenzaban a sospechar que su fe era, en realidad, una cuestión de hábito.

En esos años, y no por casualidad, ambienta Damián Cordones (Arjnilla, Jaén, 1980) su última novela, Parisia, cuyo título se debe a la urbe que era entonces el ideal de modernidad, el ideal de libertad, el centro del mundo, de la sabiduría, de la inteligencia y de la cultura: París. En un tiempo brevísimo el país tuvo que superar la infancia, la pubertad y la adolescencia, e incluso tratar de superar lo que viene después de la adolescencia para llegar a la senectud, que es esta época mal tallada en la que se recuperan los caprichos de la infancia. Es cierto que hay un trasfondo de crítica a lo carpetovetónico en esta obra, en que los personajes juegan, con un infantilismo total, pero con el poder de los adultos, a no ser más españoles, a emular la época dorada francesa, la era de Luis XVI. Por ahí rondan el cardenal Richelieu e incluso un soldado llamado Napoleón. Estos individuos comenten el delito de delirar y dejarse arrastrar por el delirio. En un lugar del Algarve, huyendo de un país que no quieren ver cambiar, que se niegan a reconocer si se acometen los cambios que predicen, alucinan con la instalación de un reino. Reflotan un balneario y convierten a las piscinas en piscifactorías, se reparten los cargos y se instauran unas leyes que están tan escritas y son tan firmes como las de los juegos que improvisan los niños.

La simulación terminará por comerse a los protagonistas. Dejarán de ser actores para ser marionetas del teatro, marionetas sin manipulador, es decir, desnortadas: no hay otra ruta que no sea la de los caprichos. Y estos llevan al disparate. Narrado en un presente verbal y con frases sencillas, cortas, sin complicaciones, Cordones teje una novela entretenidísima que nos hace cuestionarnos en qué consiste la madurez, la individual y la social, enfrentándonos a lo que nos gustaría haber sido, al mismo tiempo que no abandonamos al niño que nos gustaría seguir siendo. Y lo que parece una comedia terminará por ser, inevitablemente, un drama.       

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