martes, 2 de septiembre de 2025

AGUA NEGRA

 

Agua negra

Joyce Carol Oates

Traducción de Montserrat Serra Ramoneda

Fiordo

Madrid, 2025

149 páginas

 



Por más que se empeñen los políticos, los militares o cualquier tertuliano, los que saben dibujar a un país son aquellos con alma de artista. A España la han podido tildar de muchas cosas, pero nadie como Goya a la hora de explicarla, y nadie como Shakespeare para aclararnos en qué consiste Inglaterra. Joyce Carol Oates (Lockport, 1938) trabaja desde hace tiempo en tratar de concentrar en sus novelas buena parte de lo que caracteriza a Estados Unidos, y esta Agua negra, que ahora recupera la editorial Fiordo, es otra muestra de ello. Un senador, posible candidato presidencial, comienza una aventura con una muchacha que podría ser su hija, y según marchan de la fiesta donde se han conocido tienen un accidente, porque el senador conduce borracho. El vehículo vuelca sobre un río, pero un instante antes el senador ha podido salir del coche. Sin embargo, la joven queda atrapada, sobreviviendo gracias a una pequeña reserva de aire que irá menguando. ¿Qué hará el senador?

En realidad, lo que pueda hacer el senador en ese rato no es de nuestra incumbencia, porque lo que importa es lo que le sucede a la muchacha, a la que acompañamos en su angustia, en los que pueden ser sus últimos momentos. Y lo que Carol Oates pretende es hacernos un retrato de ella y de las jóvenes como ella. La novela avanza con constantes flashbacks hacia la fiesta donde se han conocido y la intriga acerca de qué es lo que ha ocasionado que la joven se sienta atraída por el senador. Ella, es cierto, le conoce bien, en un plano teórico, por sus estudios, pero no le ha resultado un personaje atractivo. Otra cosa es lo que sucede una vez que se encuentran en persona. Y ella no deja de ser una persona en una edad en la que uno entiende que divertirse es atender a las fiestas y a las llamadas del sexo, pero también a toda manifestación de persona inconforme. Carol Oates no se queda ahí en sus revisitas al pasado, y con frecuencia va reconstruyendo la parte biográfica de la muchacha y también la parte psicológica. El accidente sucede varias veces en la narración, para recordarnos que ella es mortal, y nuestra muchacha, a la que vamos comprendiendo mejor a medida que nos dan pinceladas de su historia, no deja de recrearlo convencida de que terminará por salvarse. Eso es lo que todos anhelamos, pues será su mortalidad lo que nos lleve a empatizar con ella. El contraste con el senador está servido, pues una de las preguntas que subyacen en la novela es qué hace esta gente con el poder y qué diablos es lo que les importa.

Joyce Carol Oates aparece todos los años en las quinielas del premio Nobel, y cuando uno lee cualquiera de sus obras, tan bien construidas, se da cuenta de que no sería ninguna injusticia concedérselo.