martes, 21 de mayo de 2024

LA PLAYA

 

La playa

Marina Perezagua

Pre-textos

Valencia, 2024

330 páginas

 



Nace un bebé, y es prematuro, demasiado prematuro, y entonces el mundo debería venirse abajo, pero no lo hace, porque lo que sostiene esta eternidad que llamamos existencia es el amor. Sólo una cosa merece la pena, y ésta es querer y ser querido. «No es que no quiera a mi madre. Es que me resulta imposible quererla», dice la narradora de esta obra, La playa, con la que Marina Perezagua (Sevilla, 1979) vuelve a demostrar que es una de las mejores escritoras de nuestra literatura actual. Serán los fundamentos del amor, que no son expresables, los que mantengan entera a nuestra narradora ante las situaciones críticas que se van a suceder mientras se intenta sacar adelante a un bebé delicadísimo. Y, mientras tanto, como en una gran terapia, es capaz de situar la relación con su propia madre, que también es de amor, aunque este se manifieste a través de la ausencia, aunque este debería expresarse con rabia, cosa que no se hace porque lo que importa es la criatura que viene a mejorar la vida.

La narradora, que en algún momento nos confiesa tener el mismo nombre que la autora, va dejando caer que padece ataques de pánico o un trastorno obsesivo compulsivo, así como su debilidad por el agua. Destaca la soledad en la que se encuentra. Es cierto que en algún momento se habla de amistades que la ofrecen apoyo, pero pasará meses sola en el hospital, mientras su hija va creciendo con el apoyo de unos profesionales capaces de hacer las operaciones más increíbles para sacar a la niña adelante, a esa niña para la que ella está escribiendo este dietario. La soledad de la madre resulta ensordecedora. La manifestación central de la misma pasa por la desidia de la propia madre, la abuela del bebé, que parece irse explicando, aunque sólo sea un poco, en un marido agresivo, del que apenas quedan dos frases, y un episodio muy trágico, con muerte inocente incluida, del que ella es responsable. Pero esta soledad nos servirá para darnos cuenta de la importancia del amor maternal, que será el motor de la obra, porque nada cubre tanta extensión como ella, como la maternidad, que aquí es bendición y es herida.

El miedo, el odio apaciguado, la lucha por mantenerse a flote, lo vulnerable y, en definitiva, el dolor, son las impresiones que van conmoviendo al lector constantemente, sin que exista ningún atisbo de autocompasión ni de pornografía emocional. Perezagua sabe que lo que nos afecta es lo sincero. Debemos aquí mencionar, aunque uno se resista a que ello forme parte de la valoración literaria, la sospecha de que esta obra tiene un sustrato en una experiencia personal. Pero eso no importa. La obra trata sobre la reconciliación: «Lo pienso y tal vez algún día deje de pensar así, pero en este momento aún lo creo: mi cuerpo es un fracaso», sostiene al inicio del libro; «si no lo consigues creo que me volveré mala, una mala persona», afirma más adelante; «a mi madre le gusta la calle. Salir. Y nosotras estamos encerradas», comenta. Y así mientras no cesa de mirar hacia su hija, que ya es más valiosa que el resto del universo, porque lo sustancial es descubrir la capacidad inmensa de querer.

Da la sensación de que La playa es una obra escrita con las tripas, es una obra emocional. Sin embargo, los efectos están perfectamente medidos. A lo que ayuda la literatura es a sanar, a poner las emociones en su sitio, a salir de uno mismo y verse en la distancia adecuada como para que lo que uno sufra no sea lo fundamental, sino que lo sea lo que uno comparta: «Empiezo a refugiarme en la duda. A veces, la duda suele menos que la esperanza. Pero te miro y todo se vuelve certeza. Tu peso en gramos es una certeza. Tu baja temperatura es una certeza». Estamos, sin duda, frente a uno de los mejores libros que leeremos este año.


Fuente: Zenda

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