Cuatro
cuentos cuánticos
Javier
Argüello
Random
House
Barcelona,
2024
202
páginas
Todos
lo hacemos, porque en ello nos va la salud mental: hay que idear un relato sobre
la vida propia que nos permita reconciliarnos con lo que no podemos dominar.
Eso que llamamos destino, la parte de la existencia de la que es imposible
adueñarse, no debería ser escollo para pasar con solvencia por este mundo, al
menos mientras tengamos a mano una herramienta ideal con la que contrarrestar
sus males, esa experiencia ciega que conocemos como realidad, y esta
herramienta es la imaginación. Bajo esta premisa, Javier Argüello (Santiago de
Chile, 1972) crea estos cuatro relatos que nos vuelven a amistar con las artes
de narrar. Si en su anterior libro, Ser rojo, lo prioritario era dar
cuenta de una educación sentimental a través de un texto autobiográfico, en
estos Cuatro cuentos cuánticos se nos devuelve al camino de la ficción, de
los motivos por los que la ficción es necesaria, por los que no deberíamos
ceder su autonomía ni a la tecnología ni a la ideología. Si defendemos la autonomía
de la ficción, estamos defendiendo también la de la realidad, pues esta es más
creíble cuando comparte el espacio y el tiempo con otras formas de vida.
Argüello
reconoce en el tercero de los relatos, Un cuento inglés, las referencias
literarias que ya habíamos intuido previamente: Borges y Bioy Casares. Esto
implica, por otra parte, el concepto de fantasía que ambos autores argentinos manejaban,
no permitiendo que terminara de levantar los pies del suelo, soldando algunos puntos
con los de la realidad. Así al narrador de estos cuentos, y lo decimos en
singular, pues por el trabajo que Argüello hace con la voz da la sensación de
tratarse siempre de la misma persona, le cuesta separar la realidad de la
ficción. Pero sabe, eso sí, que lo que importa es narrar. En el último cuento, Quantum
Beijing, encontramos algún párrafo que nos puede servir como guía acerca de
este proyecto literario: «Lin quiso saber más acerca de la conferencia y le
expliqué que había empezado hablando de una teoría de la física que dice que es
la conciencia la que crea la realidad, y que eso se parecía mucho a lo que
decían los griegos acerca de que eran las historias las que daban forma al
mundo». Los dos universos posibles por los que deambula nuestro narrador
interfieren entre ellos, pero no lo bastante como para no poder configurar un
relato de aspecto coherente. La realidad también está formada por sensaciones,
y las sensaciones no son menos intensas en la ficción. De hecho, será en la
región ficcional donde ocurran cosas que realmente importan, aunque sólo sea
por deseo, dado que la experiencia del mundo puede ser una cárcel. La ficción
nos permite recorrer las calles de los alrededores sin riesgo a sufrir daño.
Nos ayuda, pues, a salir de nosotros mismos, mientras que la realidad nos
obliga a salir de nosotros mismos, pero nos muerde los tobillos y nos empuja a
querer encerrarnos.
Entramos
así en universos posibles, no en universos probables, dado que el único
universo probable será, casi seguro, este tangible. Argüello sabe que esos
universos posibles nos emocionan, y que las emociones son las sustancias que
debemos defender. Las emociones, con las que resulta tan complicado construir un
relato literario, pero que Argüello consigue destilar en forma de narración,
son tan verdaderas como el hambre y el pan. «¿Para qué vas a escribir un libro
si no es para contar historias?», le pregunta un personaje a nuestro narrador,
que apenas tarda unos renglones en encontrar la respuesta: «para ella la
realidad y las historias eran la misma cosa». Javier Argüello es, sin duda, uno
de los escritores actuales más interesantes en nuestra lengua.
Fuente: Zenda
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