jueves, 5 de octubre de 2023

LAS FECHAS EXACTAS

 

Las fechas exactas. Sesenta días en Ghana

Mario Amadas

La Máquina

Barcelona,

215 páginas

 

 


Un día el mar recordará el nombre de todos los ahogados en el mayor ejercicio de memoria que se puede concebir, pero para nosotros guardar todos los hechos que nos han sucedido y todas las imágenes que hemos vividos se nos antoja una empresa imposible. Estamos demasiado limitados, aunque el adverbio demasiado es una redundancia: cualquier límite siempre es algo excesivo, algo de lo que desearíamos deshacernos. Este libro, Las fechas exactas, participa de esta maldición por parte de su autor, Mario Amadas (Barcelona, 1986), centrándose en el par de meses que transcurrieron en Ghana, a donde fue para cumplir una pequeña misión en una ecoaldea. Se le contrata para redactar un texto publicitario extenso, que refleje todas las bondades del proyecto, un objetivo que cumple a mitad de estancia para poder liberarse de las ataduras y visitar el país. Hemos dicho límites y ahora mencionamos ataduras. Al parecer, el proyecto que visita termina por mostrar muchas caras decepcionantes, incluso poco humanitarias, y el autor deja que nos volvamos a preguntar cuánto puede haber de farsa en estos proyectos de organizaciones no gubernamentales. El desencuentro nos remite, una vez más, a la pregunta de otro viajero vertical en África, Rimbaud, y su ¿qué hago yo aquí?

Mario Amadas concibe el libro en orden cronológico, comenzando en los días previos al viaje, y lo narra todo con un estilo bastante enunciativo que funciona, intencionadamente, a medio galope. No hay diálogos ni ramas que nos evadan del tronco: el autor sabe que debe centrar al lector en los asuntos que le conciernen, que para eso les convoca, y recurre a lo efectivo, pues el contenido en sí ya es lo bastante valiente. Se irá cuestionando en qué consiste el viaje, las razones y efectos, y también, como en el caso de la ecoaldea, sus farsas. Nos mostrará cómo el visitante está expuesto al asombro compatible con la admiración, y elogiará la bondad de los desconocidos. Expondrá costumbres, pero no para aturdirnos con la sorpresa, sino para mostrarnos las cuestiones que atañen a la adaptación. De este modo, los paradigmas que parten del descubrimiento se referirán tanto a la vida en el lugar de destino como a la vida en el lugar de origen. En realidad, se siente como un paracaidista que cae del cielo sin tener muy claro dónde ha llegado. Eso sí, es un escritor muy consciente de cuál es el sustrato sobre el que percibe, y se manifiesta constantemente contra los errores de interpretación que tienen que ver con los prejuicios, contra ese fenómeno psicológico que no llega a nombrar y que conocemos como disonancia cognitiva, y sus malas resoluciones, tan propias del lugar del que viene.

Lo que importa es intentar entender, no entender. Si lo hubiera conseguido, no precisaría de tantas palabras. Lo que importa es ser buena persona, que es la demostración de humanidad más patente. Y esto lo apoya alguien que por momentos parece rozar la misantropía, de la que le libran los buenos actos de los demás y, por otra parte, que sería capaz de practicarla también consigo mismo.

«Hay un sufrimiento humano debajo de ese sol de aventura, de esas vacaciones africanas de leyenda, y nada de esto puede quedar oculto», dice, tras sostener que no puede escribir sobre lo que no ve y su compromiso sólo puede ser con la verdad. Esa verdad que responde a enunciados directos, a lo que viene del registro de nuestra actividad y que no siempre guardamos en la memoria, porque esta tiende a conservar los momentos más poéticos, más graciosos, más disparatados, más amorosos. Mario Amadas se ha resistido a considerar que cualquier tiempo pasado fue mejor, porque pudo ser mejor para él a través de una maravillosa experiencia, pero allí quedaron las demás personas.


Fuente: Zenda

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