La
vida interrumpida
Pedro
Plaza Salvati
Libros
de la Catarata
Madrid,
2025
189
páginas
Se
conoce como síndrome de Ulises al que padece el inmigrante, con su cuadro de
estrés debido al duelo que provocan los kilómetros que le separan de sus raíces
y su gente. Los síntomas de este síndrome —anhedonia, ansiedad, irritación—
dificultan las opciones de construir una nueva vida, una vida que merezca la
pena. En cuanto al síndrome de Estocolmo, todo el mundo sabe en qué consiste,
ese que lleva al rehén a identificarse con el captor. Será la extraña
ambivalencia que surge de una pequeña combinación de estos dos síndromes la que
otorgue especial relevancia a este libro, a la experiencia que Pedro Plaza
Salvati en un retorno a su Caracas natal que se prolongará por causas
excepcionales.
Nos
hallamos en el año 2020, cuando el mundo puso cerrojazo a casi todos los
movimientos por culpa de un virus. Plaza Salvati, afincado en Barcelona desde
hace año, español por adopción, marcha a Caracas en uno de sus viajes
habituales. Su intención es la de apagar la melancolía que poco a poco va
cargando en su interior según pasan los días, recorriendo lugares de la
infancia, reencontrándose con lo que le fue propio entonces, amortiguando el
síndrome de Ulises. Pero las semanas de estancia se verán prorrogadas, a la
fuerza, transformándose en un periodo superior al año. Si la ciudad se convierte
entonces en una cárcel, y esa cárcel es un lugar del que guarda buenos
recuerdos, recorrerla supondrá lidiar un poco con el síndrome de Estocolmo.
Pero será, precisamente, esos recorridos los que le anclarán a la realidad, y
será la realidad lo que le libre del desconsuelo, de la locura.
Plaza
Salvati rompe suelas por todos los caminos de Caracas y nos va presentando lo
que ve como si lo registrara de inmediato para el lector. Al mismo tiempo que
nos ofrece los cuadros, va exponiendo las reflexiones que le acompañan. El
efecto podría ser bastante desolador, por tratarse de una ciudad desnutrida,
especialmente desnutrida en una época en la que, en ocasiones, salir a la calle
suponía toparse con la distopía, con el mundo yermo. Pero Plaza Salvati escribe
y piensa con respeto. En realidad, lo que apodera de él es la extrañeza: «Siento
que soy un personaje secundario en una película del futuro». Un personaje no es
lo mismo que una persona, una película no es lo mismo que la realidad, y el
futuro puede no tener nada que ver con el presente. Desde el inicio, sabemos
que estamos frente a un texto personal, y ese efecto se va incrementando a
medida que avanzamos en la lectura, porque acompañamos al autor en sus paseos,
pero también en su soledad. Al fin y al cabo, en los momentos de crisis estamos
solos.
Uno
termina por preguntarse si lo que ha leído es una confesión y, por tanto, un
autorretrato. Estamos frente a un libro diletante escrito por alguien que, de
haberse dado otras circunstancias, podríamos calificar como un flâneur. Al
mismo tiempo que le hemos ido conociendo, hemos ido trazando la cartografía del
lugar, dibujando un atlas que en lugar de extenderse en el espacio, lo hace en
el tiempo. Este atlas se ha ido enriqueciendo, sin querer, a cuenta del Covid: al
no poder estar dentro de los recintos, la gente estará en la calle,
enriqueciendo los registros del autor, lo que pasará a ser su memoria. Y en esa
memoria, la experiencia queda como una gran paradoja, porque nos ha expuesto
que se puede estar encerrado en el presente y moviéndose, mientras va reconstruyendo
el reflejo de sus raíces dentro de la cabeza y en las emociones. La vida
interrumpida puede tratarse de una experiencia muy personal, pero la
pregunta que nos haremos, cuestionarnos hacia dónde va todo esto y cómo nos
afecta la deriva, es muy universal.
Fuente: Zenda

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