martes, 13 de septiembre de 2022

CAPITÁN FANTASTIC

 

Capitán Fantastic

 



La decisión del muchacho es un ejercicio de sabiduría: le han admitido en las mejores universidades del país, y ahora que el microcosmos que construyó con sus padres se desarma, ahora que ya no tiene que ser necesariamente salvaje, puede elegir qué avión tomar para largarse a estudiar a Los Ángeles o a Boston. Cuando llega al aeropuerto, descubrimos que ha optado por viajar a Namibia con una pequeña mochila. La sabiduría no está, necesariamente, en las universidades ni en los libros, que pueden no ser del todo ajenos a ella. Se trata, sencillamente, de saber ir eligiendo en cada momento el bien frente al mal, o el mayor de los bienes posibles o, a modo de consuelo, con procurar hacer el menor mal a quienes afecte nuestra acción, si es que el mal es inevitable.

Que Capitán Fantastic sea una comedia es un principio que debemos tener en cuenta a la hora de enfrentar la película. Recordemos: un padre solo, a cargo de sus seis hijos, les educa en el bosque enseñándoles supervivencia -desde cazar corzos con cuchillo a escalada en condiciones penosas-. Estudian mucho, leyendo a Dostoievsky, a Jared Diamond y a Noam Chomsky, que se convierte en el principal referente cultural de la familia. La presentación de los personajes puede parecernos brutal, tal vez hiperbólica, pero la hipérbole es un recurso que la comedia se puede permitir para ofrecer un retrato de la realidad. Eso sí, esta reacción del padre, que podría parecernos tan exagerada, ¿a qué se debe? Se debe a un rebote contra una realidad que, esta vez sí, no tiene nada de cómica y sí es muy exagerada: se trata de nuestro mundo enfermo. Querer vivir fuera de una sociedad patológica es síntoma de salud. Ese es el planteamiento del padre de la familia. Y aquí, al hablar de la patología de la civilización, no cabe caricatura. De hecho, cuando se nos muestra cuál es el tipo de sociedad contra la que se ha rebelado, nuestro enfado no será contra un personaje de ficción, sino contra el malestar provocado por la distribución de la riqueza, por la farsa del bienestar a partir de la explotación, por los mecanismos de dominio, por la complicidad entre poderes y policía, por la autoridad económica, por un mundo falso y podrido, que genera una miseria que se menciona, pero cuya presencia en la película se escatima porque, al fin y al cabo, estamos frente a una comedia y no se trata de provocar fiebre en el espectador.

Dado que no se trata de un estreno, podemos atender al final para interpretar las intenciones de la película. Si la propuesta frente a la sociedad neurótica, en grado muy patológico, es lo salvaje, entendiendo por lo salvaje una forma de vida similar a la de los indios canadienses hace cuatrocientos años, la solución no parece ser una forma de vida tan escandalosamente fuera de lo que llamamos, con poco acierto, la realidad. La propuesta definitiva es el Beatus Ille que, recordemos, resulta ser más una leyenda que una terapia. No iremos al bosque a cazar ni nos curaremos con hierbas, no se impondrá una vida al margen, pues dentro de los márgenes está, por ejemplo, el hospital donde nos curarán una fractura; lo suyo es hacerse con una granja, recoger huevos, plantar lechugas. Esa forma de estar fuera de la sociedad sí es admitida por la sociedad. Esta aporía estremece: hay que ser civilizados, aunque la civilización destruya. De hecho, desde que vi la película por primera vez, este final me hace echar de menos el ímpetu casi bélico con que plantea el padre la lucha en la naturaleza en los primeros minutos. No es extraño, ni es casualidad, que los guionistas decidieran que el trastorno que acaba con la vida de la madre sea el bipolar. ¿Cabe alternativa entre los dos extremos? Uno, el de la sociedad neurótica, es parte de nuestra vida. El otro, el de la práctica de lo salvaje, es parte de la ficción. No hay dos extremos, pero al inventar el segundo, el que brota del efecto rebote, nos invitan a elegir. ¿Y qué elegimos? Las citas sociales, los lugares comunes, las ideas implantadas en nuestra pereza mental nos sugieren moderación. Hay que ser precavidos. Con frecuencia esa moderación supone algo así como un mandamiento en el que se dicta que lo sensato es no quedarse en los extremos, que bien pueden ser lo bueno y lo malo, y por tanto el ideal está en lo regular. Esto es molicie.

Las reflexiones que puede generar que esta película entre en nuestra cabeza son de bastante calado. O lo pueden ser. Entre lo prosistema y lo antisistema hay un mundo por explorar. Pero, sobre todo, ¿cuál de los dos extremos es más violento?

Eso sí, uno no puede dejar de querer a los personajes durante un funeral que, sin duda, firmaría como modelo para la celebración del propio: una pira en la naturaleza, junto a un lago y entre bosques de coníferas, y con tus seres queridos vestidos de colores, como en una celebración de cumpleaños, mientras danzan al ritmo de la mejor versión que se hará jamás de Sweet Child of Mine. Frente a esta improvisación, tan personal, sugerente y elegante, la pesadumbre insoportable del funeral con rito cristiano nos indica que la neurosis puede tener también formas tristes, sombrías y solemnes.

1 comentario:

  1. He podido disfrutar de esta peculiar película y no puedo estar más de acuerdo con tu reflexión. Gracias. 👌

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