jueves, 19 de diciembre de 2019

SAVAGE COAST


Savage Coast
Muriel Rukeyser
Traducción de Milo Krmpotic
Rata Books
Barcelona, 2019
394 páginas

En las primeras páginas de La cartuja de Parma, el protagonista, Fabrizio del Dongo, se pierde en la batalla de Waterloo, hasta el punto de ignorar si se encuentra en el epicentro del caos o en la periferia. La sensación que consigue transmitir Stendhal es la fragmentación para el individuo, en contra de todo lo que dictan los libros de historia y los mapas de estrategias militares, a lo que cabe añadir la postergación perpetua: ¿habrá tenido lugar la verdadera batalla y cada uno de los que participan en ella desconoce hasta qué punto fue batalla? ¿Cuándo asistiré y participaré del combate? ¿Cómo será el combate? Pero la suma de impresiones individuales no bastará para definir, como se define en los mapas militares y en los libros de historia, cada riesgo asumido en cada batalla. Algo semejante sucede en este Savage Coast (cuya traducción sería Costa Brava, aunque el editor, con acierto ha optado por mantener el título original), en la que la protagonista se acerca a la Guerra Civil española para no conseguir entender qué está sucediendo. El efecto de ignorar si ya están en marcha las batallas y las represalias se produce por la distancia desde la que asiste a la información, encontrándose, sin embargo, en medio del fragor de un hecho que cambia el rumbo de las historias personales.
Helen, que es el alter ego de la autora, Muriel Rukeyser, viaja a Barcelona con intención de asistir a la Olimpiada Popular que se organiza en paralelo a la oficial, la que tiene lugar en Alemania, a modo de compensación y protesta por el régimen nazi. La Olimpiada en cuestión no tendrá lugar, como no tiene lugar la visita al castillo de K., el agrimensor que protagoniza la novela de Kafka que lleva ese título, El castillo. Dado el carácter autobiográfico que subyace a la novela, no parece haber un planteamiento en el que se busque una acción redonda, un esquema circular, una sucesión de hechos que se vayan cerrando. La intención, más bien, es la de reflejar que la vida consiste en una sucesión de hechos que se nos presentan a trozos, incompletos, sin fraguar. Porque la vida es lo que va sucediendo mientras esperamos a que venga ese relato de nuestra vida que le dará una estructura de Western y consiga que, al final, los fragmentos cobren sentido. Pero nada tiene otro sentido que no sea el mero suceso y estos transcurren a toda velocidad, alterando constantemente los minutos de la protagonista, que ve pasar su vida colmándose de miedos: el miedo a quedarse sola y el miedo a quedarse encerrada, aunque esté rodeada de gente y aunque se encuentre mirando el paisaje a través de la ventanilla del tren. La realidad social son instantes y esta obra nos regala muchos que sirven como documento, al margen del viaje al interior de la protagonista o, lo que en este caso es lo mismo, de la confesión íntima y abierta de Muriel Rukeyser, que consigue no desgarrarse frente al acoso que el terror ejerce sobre su capacidad de compasión.

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