jueves, 12 de diciembre de 2019

HÉROES DE LA ANTÁRTIDA


Héroes de la Antártida
Javier Cacho
Fórcola
Madrid, 2019
355 páginas

¿Existe la literatura geográfica? Javier Cacho (Madrid, 1952) está empeñado en demostrar que la geografía no es una ciencia, o al menos no lo es en el mismo sentido en el que se nos inculcan las ciencias en las academias. Todos sabemos que la literatura histórica refleja los efectos de la historia, pero no la reseña puramente, como se reseña en los libros de texto. Y Javier Cacho nos acerca a una visión semejante en literatura geográfica. Es cierto que hay historia, sobre todo en esta última entrega, en sus Héroes de la Antártida, pero la lectura de los relatos es de un corte de viaje, de aventura, de valor, en función de las condiciones y los descubrimientos de una tierra hostil, fría, dura y magnética. Para Javier Cacho los lugares extremos, los polos geográficos, son a la vez el Edén y el Antiedén, que se puede asemejar al infierno, pero, a diferencia de éste, hay almas capaces de adorarlo.
El libro nos aproxima a la historia de los navegantes y exploradores que se acercaron hasta el continente de la Antártida en una época en la que se desconocía su existencia, en una época en la que todavía se pensaba que más allá de los límites de los mapas conocidos podía haber abismos y dragones. Los abismos resultaron ser farallones blancos, algunos de cien metros de altura, y los dragones una fauna en la que destacaban las focas y las ballenas. Ambos animales, su caza y su explotación, marcaron décadas, condicionaron viajes y supusieron destinos de miles de almas que, ahora se nos antoja que a la desesperada, marcharon a buscar fortuna en aguas tormentosas. Pero antes de llegar a algo que podríamos llamar exploración comercial, y que supone alguno de los capítulos más emotivos del libro por la implicación ecológica que nos maldice al mirar por encima del hombro, Javier Cacho nos habla de los que se atrevían a abrir fronteras, a encender la luz para explorar el final del túnel. Y mientras leemos estas aventuras, con sus desdichas y sus reconocimientos escondidos, no podemos dejar de preguntarnos qué motivación utilizaban como combustible los exploradores. El libro no intenta explicarnos la consistencia de espíritu, la condición humana o los demonios que se apoderaban de estos héroes. En ese sentido, Javier Cacho acierta al mantener un carácter de registro, exhaustivo, didáctico, noble, respetuoso, en lugar de adentrarse en lo que muchos llamaríamos locura desde el calor del sofá. Pero la sucesión de peligros y andanzas nos da lugar a pensar en una necesidad que se nos escapa.
Se trata de la misma necesidad que empuja a subir a los ocho mil metros, a sumergirse en la Fosa de las Marianas, a navegar en kayak todos los afluentes del Amazonas. Se trata de ese motor humano que eleva la curiosidad, sin cual seríamos poco más o menos otro patrón animal. Se llama curiosidad y se lee rebeldía, porque el libro contiene toda la dureza que es capaz de soportar el ser humano, y también todos los dramas a los que se llega a exponer de una forma que no sabemos si llamar voluntaria o que surge de algún lugar de las entrañas, y con idéntica naturalidad que surgen las manzanas en los manzanos. Nos sorprende, eso sí, los cambios que ha experimentado la humanidad en cuanto al sentido del paso del tiempo. Entonces una expedición de tres años se afrontaba con una naturalidad similar a la que ahora nos supone atravesar un fin de semana. Solo es un dato, pero vamos comprobando cómo un solo acto, arrojado, salvaje, duradero, bastaba para justificar toda una vida, en contra de nuestro presente, en el que no podemos dejar de rellenas los minutos con cambios constantes de atención. Aunque solo sea por esa conclusión, merece la pena leer este Héroes de la Antártida.
Luego está la pregunta, porque se trata de una obra que abre más cuestiones de las que cierra, acerca de si deberíamos estar hablando de leyendas que no han tenido su reconocimiento, de mitos sin fraguar. Es posible que no seamos capaces de gestionar el género de este ensayo, si es geografía, historia o biografía, como no sabemos si debemos leerlo como leemos un mito o una leyenda, pero lo que es indudable es que hay épica. Y en una época en la que lo cotidiano nos aturde, en que lo gris desciende a plomo sobre nuestras cabezas, la épica es algo más que una tabla de salvación: es una necesidad, un motivo. Es el equivalente al Edén.

Fuente: La línea del horizonte

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