lunes, 1 de julio de 2019

ENERO


Enero
Sara Gallardo
Malas Tierras
Madrid, 2019
107 páginas

A veces se comenta que no hay una soledad que dañe más que la soledad rodeada de cuerpos. La multitud aísla y genera buena parte de los males que se definen en los manuales psiquiatras. Y, sin embargo, existe otra soledad, la que viene impuesta por la condición física de la falta de afecto. Las personas a las que no se las ha abrazado bastante de niños, tienen más posibilidades de desarrollar cargas como el trastorno de estrés postraumático. Esa es la situación de la que se parte en esta novela, Enero, de Sara Gallardo (Buenos Aires, 1931-1988): Nefer, la protagonista, es una adolescente que conocemos en apenas unos momentos, los que se reflejan en cien páginas, y que hacen referencia a la transición obligada.
Nefer pertenece a un mundo rural sin luz. El ambiente al que nos lleva Gallardo, y esta es una novela en la que el ambiente se impone, es sórdido, ingrato. La hostilidad aumenta a medida que la protagonista comprueba cómo se cierra el mundo, dándole la espalda, cuando más necesitaría que la puesta en escena de la farsa que es la vida al menos la apoyara en parte. Pero todos los personajes del teatro son espectros egoístas, cobardes sin rubor, y la soledad de una chica que carece de voz, se nos impone. No da la sensación de que Gallardo nos vaya a dejar un resquicio para el consuelo. Ni siquiera que sea consciente de que el drama puede tener un fin, sea del calado que sea. La novela se atiene al paréntesis en el que Nefer debe afrontar el cambio que supone el embarazo, y la continuidad que supone la miseria.
Gallardo escribe con una sencillez que se puede hacer compleja: no existe una palabra barata en el texto. La novela reniega de la calderilla, pero se atiene a unas pautas que no hacen del texto un relato complicado de seguir. Aunque en ocasiones, cuando la luz o la ausencia de luz se impone, se siente la tentación de pensar que no existe relato, que existe situación, sí, que existe conflicto y que existiría trama de haber decidido que la novela fuera más extensa. Pero de incrementar el número de páginas, la obra sobrepasaría los límites de una sensibilidad puesta al día. La novela aturde, pero no asfixia.

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