viernes, 21 de junio de 2024

LOS EXPERTOS ESTÁN PERPLEJOS

 

Los expertos están perplejos

Laura Riding

Traducción de Paula Zumalacárregui Martínez

Greylock

Navarra, 2024

153 páginas

 



Escribir una narración sin héroes ni traidores, sin fracasados ni suicidas, nos lleva a la calle por la que uno camina esquivando la basura que se arroja al pavimento, al lugar donde la gente es feliz si lleva una bolsa con algo recién comprado, que ha sido el acto que le salvó del bostezo de tedio. Es muy poca la ideología que hoy reclama una revolución, aunque sí campa a sus anchas la rabia. Esto es algo que sabemos o intuimos todos, lo extraño es pensar que alguien sintiera algo parecido en la etapa entre guerras. Este es el caso de Laura Riding (Nueva York, 1901 – 1991), o al menos esa es la impresión que uno tiene tras leer Los expertos están perplejos. Publicada por primera vez en 1930, cuando la autora era muy joven y se dedicaba sobre todo a la poesía, nos lleva en tromba hacia el desconcierto. Las piezas que componen este libro son muy neuróticas, aunque se trate de una neurosis intencionada. El juego que nos propone la autora es el de llevar las paradojas al extremo, las pequeñas paradojas, las de la vida cotidiana, a base de contradicciones en el lenguaje. Leemos estas piezas asistiendo a un balanceo constante. Y los balanceos, ya es sabido, suponen un movimiento constante, pero no llevan a ningún sitio. De lo que se trata es de agitar, de incomodar.

Pero ¿qué necesidad existe hoy, y existió entonces, de expresarse así? Riding nos lleva al absurdo de la condición humana, ese fenómeno que no se superará jamás y que conviene recordar constantemente: podemos progresar en ciencia, en filosofía y en arte, pero nos mantenemos absurdos. Las apelaciones al lector desconcertado son constantes, y si el lector no acude al texto desconcertado, saldrá así de él. Estamos hechos de la contradicción del orden y el caos; estamos hechos de los antónimos de la palabra certeza, pero nos resistimos a vivir con los pies en el aire. Riding escribe con trucos de trilero, nos demuestra esa forma de creatividad que puede ser popular y no carece de inteligencia, y resuelve la reivindicación de la libertad creativa con una escritura que roza el automatismo, pero posee ritmos. En buena medida, lo que pretende es recordarnos que hablamos mucho, pero apenas decimos nada.

Aunque lo mejor, para saber a qué va a enfrentarse el lector, tal vez sea una cita extensa. Con este párrafo comienza la pieza titulada Un mensaje para lo Estados Unidos de América:

«Esto es un mensaje. Muchas personas en la historia del mundo han deseado mensajes y, en respuesta, muchas personas han tratado de darles mensajes. Muchas personas han tenido claro que no querían mensajes tras observar que los que se transmitían en respuesta a los deseos de mensajes de las personas resultaban ser tontos, incomprensibles o al menos no tenían nada que ver con los asuntos sobre los que se pedían mensajes. Y las personas que tenían claro que no querían mensajes, es decir, poesía, obtuvieron lo que querían, es decir, filosofía, es decir, sus propias opiniones, es decir, nada definido, es decir, nada que interfiriera con su libertad de acción. Así pues, la filosofía sucede allí donde la gente aún tiene margen de desarrollo y sus características no están determinadas del todo, del mismo modo que la poesía sucede allí donde la gente ha llegado tan lejos como podía y necesita que se le diga que se ha detenido y la religión sucede allí donde la gente aún no ha terminado consigo misma y aún no está preparada para recibir un mensaje, pero le gustaría recibir un mensaje porque está cansada: la religión es el cansancio de la gente».

martes, 18 de junio de 2024

SÉ MÍA

 

Sé mía

Richard Ford

Traducción de Damiá Alou

Anagrama

Barcelona, 2024

393 páginas


 


Envejecer significa darse cuenta de que ha sido imposible, y lo será los días que a uno le quedan por delante, tener un ápice de control sobre el destino: «Si buscas una característica de la vejez es esta: no olvidarte de lo que sabes y de que tienes poco o ningún control sobre lo que ocurre». Esto nos lo dice Frank Bascombe, que está entre los primeros puestos de los personajes más interesantes que se han creado en las últimas décadas. Tras El periodista deportivo, El día de la independencia, Acción de gracias y Francamente Frank, Richard Ford (Jackson, Mississippi, 1944) le coloca en la última situación en la que nos gustaría encontrarnos, solitario y enfrentado a la enfermedad terminal de su hijo. Un viaje al monte Rushmore como ceremonia de despedida, como demostración de que siempre ha sido y será un padre digno, nos hablará, a la vez que hunde los pies en los efectos de la senectud, de lo que supone la paternidad. Verse como anciano y verse como padre son los dos filtros por los que circula la literatura, que vuelve a ser de altísimo calado, muy humana, que transmite esta novela.

Ya sabemos que Ford es capaz de encontrar en la descripción de lo que se ve durante una vida cotidiana toda la profundidad que se esconde tras las fachadas. «El agua circula por las tuberías de detrás de las paredes», comenta Frank Bascombe, en una frase que podría significar la reducción metafórica de la literatura de Richard Ford. Conoce esa agua por lo que ha vivido y por lo que ha leído, y por lo que se ha detenido a contemplar lo que ha leído y lo que ha vivido. Hay un cierto espíritu naturalista en esto, por la naturalidad y cotidianidad que aparecen representadas, pero el naturalismo de Ford es parcial, es subjetivo, y en este caso, se impone la duda, que es lo contrario a la realidad: «Que, al fin y al cabo, es para lo que estamos aquí: para darle a la vida todo lo que se merece, sin importar el tipo de persona que seamos. ¿O me equivoco?». Frank Bascombe tiene aquí setenta y cinco años, y su hijo cuarenta y siete y un estado avanzado de una esclerosis lateral amiotrófica galopante. Sus dudas, porque en esta situación es imposible mantener certezas, se equilibran con el tono natural que siempre ha impuesto a su comunicación con el lector: «De todos modos, espero que no sea así; cuando a esas horas me pregunto qué estoy haciendo (una buena pregunta para plantearse en cualquier momento), mi respuesta es: intento que vivir le gane la partida a morir, permanezco con vida para que el momento en que mi hijo deje atrás la vida no se sienta solo». Elude la reflexión concluyente, excepto en las maravillosas páginas finales, donde tampoco impone su punto de vista, porque está todo el rato dudando acerca de qué es lo que constituye la realidad, cuestionándose qué supone vivir en los tópicos, en lo vulgar o frecuente, en lo que ya damos por supuesto que es lo propio, porque está instalado a conciencia, en la variedad de cosas y asuntos que esconden o construyen la realidad norteamericana de clase media. En ese sentido por un lado desvela, saca a la luz lo que no está oculto pero es evidente, como el niño del traje nuevo del emperador, y por otro construye ese mundo para el lector.

Con la duda de estar siempre en la posibilidad de equivocarse, nos sugiere que tal vez en eso consista la única sabiduría que nos facilita el haber vivido, que tal vez no haya versión más humana de la sabiduría. Así describe el entorno alguien que en el terreno del amor revive la crisis de la mediana edad. No se trata tanto de que sucedan muchas cosas a lo largo de las casi cuatrocientas páginas de la novela, como de demostrar que son muchas las cosas con que ha ido llenándose una vida, la vida de este tipo solitario que comparte su soledad con su hijo enfermo: «Siempre ha sido mi problema: el aislamiento espiritual delo demasiado malo y lo demasiado bueno». Estamos frente a un ser moral, sí, de una moralidad que puede afectarnos porque podríamos reconocer en él a alguno de nosotros: «Una parte cada vez mayor de la vida se parece extraordinariamente a todo lo que no es la vida…, al menos para mí. La salud a la enfermedad, el sueño al despertar, la alegría a la pena, la sorpresa a la indiferencia». En realidad, no sabemos si la vida va bien o no, porque la vida no se trata de resolverla a golpe de éxitos, sino de tolerar, tolerar lo que hay que hacer y lo que hay que ser a la hora de convivir. Frank Bascombe tiene en el lector un efecto tan devastador como agradecido: es enormemente sincero, incluso con lo que más le importa: «A veces mi hija tiene en mí efectos perturbadores. A decir verdad, no me cae muy bien». Estamos hablando de una creación genial, de una saga maravillosa que hará de Richard Ford uno de los mejores novelistas de los últimos cincuenta años. Tal vez el mejor.


Fuente: Zenda

miércoles, 12 de junio de 2024

UNA NOCHE DE LUNA

 

Una noche de luna

Caradog Prichard

Traducción de Ismael Attrache

Muñeca infinita

Madrid, 2024

151 páginas

 

 


Para entender cómo es posible que a Caradog Prichard (Bethesda, 1904 – Londres, 1980) se le ocurriera crear esta novela, una de las mejores que se han escrito el siglo pasado, conviene conocer un poco de su biografía: nació y creció en un pueblo galés dedicado a la extracción de pizarra, desde donde vivió crisis de calado, como la Primera Guerra Mundial; su madre, viuda (su padre falleció contando él cinco meses), terminó internada en un sanatorio mental, tras pasar muchos años de apuros intentando sacar a la familia adelante; él emigró siendo adolescentes para dedicarse al periodismo en cuerpo, y a la poesía en alma, lo cual le facilitó bagaje para expresar nostalgia o culpa, contando con unas formas expresivas que son puramente compasivas. Una noche de luna hace referencia a la luz que embriaga esta magnífica obra, llena de una humanidad que, como se corresponde a los misterios en que nadamos, no cesa de arrojar magia. Es una novela conmovedora, en la que un muchacho de alrededor de diez años nos habla desde el presente, y en ocasiones desde el futuro, cuando será el adulto el que recuerde, el que regrese. Este regreso contiene la materia de los sueños, que es tanto como decir de los deseos y de los miedos. Este regreso literario será una forma de saldar cuentas, o más bien de intentar saldar cuentas, pues al final la literatura no cauteriza ninguna herida. Eso sí, nos ofrece magníficas rutas para convencernos de que las heridas se pueden cauterizar.

Las cuentas que Prichard y su muchacho pretenden saldar tienen que ver con la locura. En las primeras páginas asistimos a tragedias e imágenes terribles, como el epiléptico que tiene un ataque en un sendero, los indicios de alguna perversión sexual o un suicidio, una obsesión que acompañaría al propio Prichard durante buena parte de su vida. Pero el tono en que nos habla es de una ingenuidad acogedora: por momentos pensamos que nos vamos a enfrentar a un Tom Sawyer galés, que habrá felicidad, y es que sí hay indicios de que a poco que cambie la suerte, será un niño feliz. Ahí están los amigos, por ejemplo, para recordárnoslo. Aunque alguno de ellos también fallecerá, y esto no dejará de ser un ancla de realismo en un mundo donde lasa sombras y los recuerdos tienen la consistencia de la luz de la luna.

Este niño debería estar comenzando a aprender a construir su personalidad, apunta a la pubertad, idealiza y convive con todo emocionalmente, tanto cuando participa como cuando es espectador, aunque por lo general es ambas cosas a un tiempo. La presencia de la madre como faro, nos lleva a considerar que por mucho que la muerte o la demencia sean los temas más concretos de la novela, ser hijo, la maternidad considerada desde el punto de vista de un hijo, es el eje sobre el que pivota la necesidad de escribirla. Pero en los momentos en que un verbo nos hace darnos cuenta de que no es tanto un relato en primera persona como un hombre que busca a la madre que tuvo y cuyo fin le resulta complicado de perdonar, no podemos evitar considerar que la novela tiene, también, como finalidad crear una despedida, la que en su momento no pudo producirse. Estamos frente a una de esas obras que se le imponen a su creador, una de las que nos hacen mejores, porque nos habla de la necesidad de ser mejores que han sufrido los demás. Una obra que es a la vez un desafío y un descanso, que impacta y nos da aliento. Es una ceremonia de expiación, cuyo objetivo tal vez no alcance nunca. Pero para nosotros conquista la cima de la literatura y nos sugiere que debemos de leer muchas veces esta novela, tantas como sea posible, porque no cesaremos de encontrar en ella lo que nos hace dignos de ser humanos.


Fuente: Zenda

martes, 11 de junio de 2024

UNA TRINCHERA EN MARTE

 

Una trinchera en Marte

Karlos Zurutuza

Libros del K.O.

Madrid, 2024

280 páginas

 



La pregunta que da título a este artículo se la formula el propio Karlos Zurutuza (Donostia, 1971) en este libro, dos renglones después de haber formulado, en otra pregunta, una posible respuesta: «¿Existe algún resquicio para la esperanza cuando el resto del mundo ni siquiera sabe que existes?». Una trinchera en marte nos habla de Baluchistán, un territorio desesperado, un país sin nación que ocupa parte de los mapas de Pakistán, Afganistán e Irán. En este sentido, el paralelismo con Kurdistán salta rápidamente a primer término, y nos lleva a recordar que Zurutuza nos habló sobre ello en Respirando fuego, el libro que escribió junto a David Meseguer (Benicarló, 1983) sobre el conflicto kurdo.

Zurutuza se desplaza hasta el territorio sobre el que quiere conocer cuando se posible, y trata de ser un cronista al que apenas se le vea, ni durante los viajes ni durante las crónicas. Sabemos que existe este individuo que nos da fe de lo vivido, pero apenas tiene relevancia, porque lo que importa son los otros. Y, de nuevo, nos explicará la necesidad del periodismo, que no cesa de hablar de asesinatos, desapariciones, rebeliones, guerras, desastres, engaños, accidentes, persecuciones, terrorismo o migración, pero que está deseando que las cosas cambien, y este es su horizonte: «Me encanta contar esas historias que hablan de ilusión, de construcción o reconstrucción, y no del habitual mar de cascotes». Para poder despejar los cascotes, primero tendremos que saber que existe un lugar donde no cesan de acumularse, en buena medida gracias a la ignorancia mundial. Y Zurutuza sabe que para que a los demás nos importe, debe convertir las noticias, que con demasiada frecuencia germinan de la violencia, en personas. Hay mucha represión reflejada en las tres partes en que se divide la obra —Pakistán y las imposiciones del ejército, la teocracia iraní como bota que pisa la cabeza y la pobreza que colma Afganistán—, una colonización de un territorio que posee su cultura, su idiosincrasia, su idioma, su personalidad, una inevitable confrontación, que, nos mostrará Zurutuza, es lo contrario a la convivencia. Los habitantes de Baluchistán tratan de seguir siendo ellos mismos gracias organizaciones más o menos tribales, frente a los poderes de los grandes Estados.

En esta confrontación de ejércitos grandes, los que participan en las guerras, frente a ejércitos muy pequeños, a los que llamamos guerrillas, Zurutuza no toma otro partido que no sea el de las causas que no queremos perdidas, es decir, desear que las personas se libren de sus pesadillas individuales. Flotan pesadillas colectivas a lo largo de esta obra, que contiene mucha información, que es relato, pero que también intenta meter a todo un país en menos de trescientas páginas, dejándonos un texto que deberíamos leer más de una vez. Volvemos a encontrarnos en la espalda del mundo, y allí el ritmo al que nos muestra cómo suceden los acontecimientos, que el autor ha ido recogiendo a lo largo de muchos años y muchas visitas, es un galope de horror. Nos habla de lo que con demasiada ligereza llamaríamos minorías, porque da la sensación de que al aplicarles ese sustantivo estamos reduciendo su categoría, y cada individuo importa, su suerte debería afectarnos. Se llama a eso empatía, o se llama compasión: la capacidad de padecer con el otro, de sentir las alegrías o las tristezas del otro con la misma intensidad que sentimos las propias. Esta es una de las funciones del viaje, del reportero, del periodismo. Tal vez la más importante, tal vez la que recoja las razones que llevan a años de estudio, de dedicación, de trabajo. Sin gente como Karlos Zurutuza, ¿qué nos quedaría a los que no nos atrevemos a visitar estos territorios para poder entender?


Fuente: Zenda

domingo, 9 de junio de 2024

RESPIRA

 

Respira

Tim Winton

Traducción de Eduardo Jordá

Libros del Asteroide

Barcelona, 2024

257 páginas

 



«Me pregunto qué estará haciendo hoy la gente corriente». La cuestión planteada resume el afán de los adolescentes que buscan la felicidad. Hay que elegir: o largarse a un templo para orar entre Budas de jade intentando atrapar la espiritualidad, o lanzarse en parapente desde lo alto de una cumbre de más de ocho mil metros. O la sabiduría o la adrenalina. Pero, ¿no estamos hablando de adolescentes? Entonces hay que pensar en la adrenalina. La gente corriente seguirá con su rutina mientras uno se busca la vida mientras camina sobre su sueño.

Eso es lo que le sucede al protagonista de Respira, que a los quince años tiene muy claro que el sueño del surf es el sueño de la libertad. Nos lo cuenta desde una edad en la que ya se ha matizado ese sueño y se ha dado cuenta de que la libertad también está en seguir teniendo sueños. La novela supone un acercamiento a los recuerdos sin nostalgia, de ahí ese estilo que no pretende sorprender con recursos poéticos. Nos acerca a un ambiente muy especial, en el que se crio el protagonista, en el que se une algo tan positivo como es la naturaleza con algo que nos hace ser extraños en el mundo, como es el hecho de estar un tanto aislados. Allí conoce a un amigo especial, que representa la idea de libertad que conocimos a través de Huckleberry Finn, por ejemplo. Con el tiempo irá matizando esa idea sobre él, para convertirle en alguien más humano, es decir, con sus conflictos: «Desde entonces lo he juzgado a menudo como el inagotable poseedor de una inútil valentía física, y esta característica diferencial lo distorsionaba de algún modo ante mí, me impedía juzgarlo con mayor sutileza. Pero ahora que soy mayor miro retrospectivamente a Loonie con confusa tristeza (…) a pesar de que yo seguía sintiendo admiración por él, lo odié por haber dicho lo que había dicho».

Lo inagotable es el agua. La relación que tienen con el agua los personajes sobre los que versa esta obra nos devuelve la idea de que este líquido es la mayor bendición. Mares, olas, ríos… son los entornos en los que corren aventuras, las más grandes sobre una tabla de surf, y de cada aventura se extrae una mirada más nítida sobre el mundo. En realidad, lo que van haciendo es crecer, aprender, madurar. El agua, y los parajes del agua, son a la vez compañía y ambiente. Para estos muchachos, que sienten que el lugar donde están obligados a crecer no es su lugar en el mundo, es fundamental descubrir cómo desprenderse del miedo: con estos amigos, en este sitio. Pero crecer supondrá, también, descubrir las otras aristas del poliedro que es la condición humana. Uno desconoce la biografía de Tim Winton (Perth, Australia, 1960) más allá de lo que se recensiona en la solapa, pero no es difícil imaginar que en esta novela ha intentado hacer un homenaje a lo mejor de lo que ha sentido en su propia vida. El pasado seguirá siendo esa fuente inagotable en la que brotan las hierbas de la imaginación.

sábado, 8 de junio de 2024

BARTLEBY Y YO

 

Bartleby y yo

Gay Talese

Traducción de Antonio Lozano

Alfaguara

Barcelona, 2024

334 páginas


 


El conocido personaje que ideó Melville, el escribiente que preferiría no hacer demasiadas cosas, sirve a Gay Talese (Nueve Jersey, 1932) como vía de entrada a una región de su biografía de la que todavía no había dado cuenta. Y ha considerado que este es un buen momento, algo que agradecemos los lectores habituales de este autor. Talese nos había enamorado con obras periodísticas del calibre de Honrarás a tu padre o La mujer de tu prójimo, y daba la impresión de que se trataba de alguien a quien sería muy difícil que se escapara nada digno de ser divulgado. Observador perspicaz e incansable, astuto manejando los tiempos narrativos y las dosificaciones de datos, Talese ha sido considerado un maestro del periodismo y es, con toda seguridad, un escritor con el don del encantamiento. Aquí, en este Bartleby y yo, comienza por darnos cuenta de los donnadies que han marcado algo importante en su vida profesional, que han orbitado en su biografía ayudando a construir el profesional en que se fue convirtiendo.

En la primera parte del libro, se propone crear unos perfiles de personas sobre las que no se puede escribir un perfil, tal y como estamos acostumbrados a leerlo. Talese rompe las convenciones y lo hace con mucho estilo. Se trata de gente cuyo interés radica en razones alejadas de lo que sería noticia, lo demasiado especial. Así pues, nos entrega historias, o tramos de historias, que todas unidas trenzan la realidad; son posibles, no ilusiones, no sueños, no ideales. En realidad, lo que hace es hablarnos de sus inicios en el mundo del periodismo, utilizar a estos personajes para auparse sin vanidad a una memoria laboral de la que se siente orgulloso. Es complicado no traspasar la frontera de la vanidad en estos casos, pero Talese lo consigue, mientras nos cuenta cómo eran aquellos años, la política social que ha ido evolucionando sin dejar de afectar a quienes los sobrenadaron.

La segunda parte es una muestra de los trucos que puede tener un buen reportero a la hora de conseguir la entrevista que todo el mundo busca. Convive durante un mes con el entorno de Frank Sinatra y con quienes orbitan alrededor de este monstruo de la actuación, del glamur y de la lejanía: «su poder, su atractivo sexual, su soledad, su extravagancia, su generosidad, su ánimo vengativo y su semipertenencia a la mafia», indica Talese. A Talese se le resiste superar la distancia que rodea al cantante, mientras entabla relaciones con quienes trabajan para él. Y así va construyendo un perfil de Sinatra sin llegar a verle, gracias a los «amigos, parientes, sirvientes, parásitos y una tropa de individuos relativamente secundarios que, como ya he indicado repetidas veces, siempre han constituido mis fuentes principales de información y conocimiento».

En la tercera parte, el eje será un edificio. Talese nos hablará de quien fue su principal habitante, un médico, inmigrante, hecho a sí mismo, obsesionado con que nadie le eche de nuevo de su lugar. El protagonista transita por toda una historia de dinero, divorcios, maltrato y codicia no solo crematística, que nos resulta conocida, pero que en manos de Talese cobra nueva potencia, y que dará pie a una reflexión sobre el mundo inmobiliario y la especulación. El fin trágico del médico contrastará con la evolución del mercado, tan ajeno a la suerte de las personas, especialmente en el planeta Manhattan, donde tiene lugar la triste y agresiva historia: Nicholas Bartha, que es como se llama el médico, prefirió volar por los aires el edificio antes que entregarlo a cuenta de una decisión judicial que tenía que ver con el divorcio. Pero ese solar se habrá ido revalorizando, porque Nueva York es una ciudad con un alma que, podemos deducir tras leer a Talese, a lo que menos se asemeja es a la idea que tenemos de lo que debería ser un alma: es particular y es esencia, pero no es, para nada, calma o justicia.


Fuente: Zenda

miércoles, 5 de junio de 2024

TIERRA

 

Tierra

Alberto Torres Blandina

Candaya

Barcelona, 2024

720 páginas

 



Hay personas que viven hacia dentro y otras que viven hacia fuera. Esa misma dicotomía sucede en los procesos de creación: hay quien prefiere hurgar en su propia memoria y en sus sentimientos creyendo que son universales, y a veces consiguiendo que lo sean, y hay quien sale a conocer el mundo y su éxito consiste en conseguir que nos creamos que no lo está conociendo, sino creando. Hay lecturas que nos descubren lo que somos, una gota en el océano, y darnos cuenta de esa insignificancia es lo que nos lleva a valorar a los demás. Tierra es un ejercicio de empatía en el que participan tantos protagonistas que nos ayuda a ubicarnos en el mundo, aunque nos deja con la sensación de que nos gustaría acompañar más en las emociones a quienes aquí aparecen. Es un proyecto grande que da la sensación de ser el inicio de un gran proyecto. Alberto Torres Blandina (Valencia, 1976) ha abierto ventanas para recorrer el mundo a través de las figuras de personas que lo habitan en casi todas las regiones del planeta. Al mismo tiempo, ha organizado toda la información en una narración cronológica que describe los últimos sesenta años de memoria de la humanidad. Tierra es un mapamundi, pero también es un atlas cronológico.

Con frecuencia nos olvidamos que tras eso que llamamos historia están las historias que nos afectan: frente a las cifras y datos, frente a los nombres de los reyes y las guerras bautizadas, está la historia de las personas, gente que podríamos ser nosotros, en definitiva, está la humanidad. Hacia ahí apunta Torres Blandina en este proyecto que es, digámoslo sin tardanza, uno de los más interesantes que ha dado la narrativa española en las últimas décadas. Nuestro autor lo irá explicando, deteniéndose de vez en cuando para hablar sobre la construcción de la obra, sobre su trabajo de investigación y contacto, y sobre su forma de organizar los testimonios, interrumpiendo así la cascada de sucesos y los viajes extraordinarios a los que nos somete. Ha localizado a perdedores a lo largo de toda la geografía, pero no son perdedores cualesquiera: son perdedores que no han naufragado, que no son los más pobres, que hablan idiomas y tienen fácil acceso a internet. En cierto sentido, se asemejan al posible lector de esta obra, que también forma parte de la geografía humana que construye la historia contemporánea, la de verdad, la que importa.

El libro está compuesto por fragmentos, pero cada uno de ellos forma parte de un puzle que tiene sentido: vemos cómo lo que llamaríamos acontecimientos históricos —la caída del muro de Berlín, el genocidio de Ruanda, los atentados del 11M, etc.—, y algunos de calado más local, han ido modificando las vidas de estas personas. Ellos son los protagonistas, y al igual que una novela histórica se caracteriza porque los hechos históricos convierten a los protagonistas en crisálidas de las que saldrán transformados, en esta obra asistimos a una constante transformación, pero no ya haciéndose crisálidas, sino manteniéndose activos, intentando sacar la vida adelante. Torres Blandina no se complica con el lenguaje ni crea subtextos: utiliza un lenguaje sencillo, como si estuviera construyendo un libro de bocetos, en el que como pieza literaria existe lo que se lee. Pero Tierra es algo más que una pieza literaria, si entendemos la literatura como una construcción verbal: Tierra es un trozo de realidad, muchos trozos de realidad, de esa realidad sobre la que habita el ser humano. Es, por tanto, un libro muy nuestro.