Música nocturna
John
Connolly
Traducción
de Victoria Ordoñez Diví
Tusquets
Barcelona,
2017
445
páginas
Años
después, y todavía guardando la sorpresa que supuso el primer volumen de la
saga del detective Charlie Parker, Todo
lo que muere, uno descubre que las razones del apego hacia Connolly no se
deben solo a lo oscuro y a la intriga. Se deben a la literatura. Todo lo que muere representa una
revolución en la novela policiaca: tiene mucho de thriller, una trama perfecta,
un pulso de altísimo voltaje y añade un trasfondo fantasmagórico. ¿Mezcla de
géneros? Tal vez. En cualquier caso, una novedad en las sagas de novela negra:
resulta que la razón no es lo que se impone, que no existe una explicación del
todo sensata a la resolución del problema. La puerta abierta a otro mundo, uno
desde el que llega a la Tierra la maldad, o el origen de la maldad, acierta a
dejarnos con el aliento encogido, con ganas de conocer en profundidad a estos
personajes. Chalie Parker, el protagonista de la saga, es un tipo normal al que
se le atribuye una supervivencia que no es de este mundo. Y los otros
personajes, los colaboradores, los amigos, esos sí, esos son creíbles, pero no
totalmente verosímiles: contienen un punto hiperbólico que es parte de la
propuesta literaria de Connolly. Nuestro consejo es aceptar el pacto y seguir
leyendo su obra.
Los
siguientes volúmenes de la saga mantienen el tono, que no evita lo gore, lo
descarnado, lo atroz, lo sobrecogedor. Aunque le resulta difícil mantener el
pulso a lo largo de los ya catorce volúmenes, todos de más de cuatrocientas
páginas, en la última entrega, La canción
de las sombras, recupera lo mejor de sí mismo y vuelve a azotar a nuestro
ingenio y a nuestra razón. A Connolly hay que leerle con todos los órganos del
cuerpo, incluida el alma que, para él y para los habitantes de la saga, es un
órgano más.
Pero
si algo nos ha ido llamando la atención, al margen de la inmensa calidad de
quien tal vez sea el mejor autor de novela negra vivo, son los agradecimientos
que figuran al final de cada volumen. La cita a numerosos libros, algunos de
ellos de compleja relación con lo que acabamos de leer, epata. De ahí que
aconsejemos, vivamente, leer esta Música
nocturna, un volumen de relatos y un ensayo, que vive al margen de la
región noroeste de Estados Unidos, donde habitan tanto Charlie Parker, su
detective, como Stephen King, su héroe de adolescencia. Por fin podemos dar fe
de las lecturas de Connolly y de que entre las razones por las que seguimos
leyéndole, seguimos queriéndole, al margen del cariño que sentimos por los
personajes, es la literatura. En este volumen se recogen unos relatos y un
ensayo que explican de dónde viene esta dedicación, este enamoramiento. Ser
fiel a la adolescencia, sí, a Stephen King, su refugio durante la etapa de
formación, su Bildugsroman
particular. Pero también a muchos clásicos. Entre ellos a Poe, a Stevenson, a
Henry James, a Lovecraft o a cierta parte de Lovecraft, a W.W. Jacobs, a Mary
Shelley tan juvenil como demoledora en su Frankestein, a Conan Doyle o a M.R.
James, su favorito. Pero también a series como Doctor Who o La cúpula, a
clásicos más allá de los mencionados, capaces de crear mundos paralelos, como
los creaba Borges, como los creaba Chaucer. Todo ello, y mucho más, está
contenido en la literatura de Connolly, que no se queda, como tantos autores de
novela negra, en el entretenimiento. Connolly quiere saber la razón del mal,
porque nadie, ninguna religión, otro asunto presente en su obra, le ha
conseguido explicar no ya de dónde viene, sino en qué consiste. Nadie ha
definido qué es la maldad y por tanto no puede saber nada de ella. Así se
presentan estos relatos, alguno de ellos encadenados por un libro que
representa el infierno o la apertura a la puerta del infierno para que este
entre en la Tierra, algunos más suaves, más juegos literarios.
La
confrontación de la justicia con el mal, o contra el mal, queda flotando,
amargamente, en la obra de Connolly. Ambas pertenecen a otros mundos. En este,
tenemos la razón y tenemos la ley. Con un éxito sin precedentes en la historia
de la literatura, en su obra conviven ambos mundos, sin que la frecuencia de la
literatura choque: coinciden las ondas y monta unos artefactos que nos consumen
como lectores. Cuando llega el siguiente volumen de Connolly, los demás libros
se apartan. Es él quien mejor explica, en el breve ensayo, cuál es el tema que
atraviesa sus páginas: “Sentía curiosidad por la disparidad entre la ley y la
justicia, la diferencia entre nuestro imperfecto sistema humano de justicia y
la posibilidad de una justicia divina, y las consecuencias que la existencia de
esta última podría tener para con los orígenes del mal. También me interesaba
crear nuevos formatos literarios, híbridos de tradiciones ya existentes, porque
creía que en la experimentación residía el riesgo”. Entonces la literatura se
le imponía. Hoy, a pesar de estar catalogado como un autor de género, es él
quien dicta en qué consiste la literatura. Hoy, John Connolly es uno de los
grandes escritores vivos. Lástima que la academia solo preste atención a lo
solemne.
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