Parar en seco
William Ospina
Navona
Barcelona, 2017
69 páginas
La Santísima Trinidad es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sobre el padre y el hijo poco hay que comentar: son familia y, se supone, deben de quererse. Pero el espíritu santo es harina de otro costal. Esa paloma o ese éter, traducido a la superficie terráquea, solo puede ser poder o dinero. O dinero, que es tanto como poder. Así el Sacro Imperio Romano conquistó millones de hectáreas y hasta masacró con la viruela a millones de personas. O de humanoides o marionetas, suponemos. Porque personas eran el Padre y el Hijo, ambos caucásicos, aunque uno de ellos algo moreno. Siguiendo la línea marcada por el imperio, se ha llegado a un mundo al borde del colapso. El ensayo del mismo título, de Jared Diamond, debería ser leído en todos los cursos de bachillerato, y releído en las facultades y en las peluquerías. William Ospina (Padua, Perú, 1953) nos ofrece un breve texto que bien podría ser el epílogo del libro de Diamond. El mundo que trazó la Santísima Trinidad está condenado al fracaso ecológico, es decir, a la muerte. A ser una superficie lunar. La espiritualidad podría salvarnos, pero no hay tanta gente que entienda a la Tierra como una madre. Lo de la Pachamama parece estar muy bien para que se vendan más pantalones desmontables para viajar a América del sur, en comercios como Decathlon o Coronel Tapioca.
Sin embargo, sí existe otra Santísima Trinidad, otra religión, que debería bastar para salvar al mundo, y por consiguiente a nuestra especie. En el libro autobiográfico de Edward Wilson, otra joya para estudiantes y para las salas de espera de los dentistas, se apunta que si el hombre desaparece, apenas un ácaro que vive en nuestra frente y una especie de mosca morirían. Pero nosotros falleceríamos casi con cualquier catástrofe. O lo que quedaría de nosotros no daría como para llamarnos humanidad. Su religión, la que propone Ospina, tendría más que ver con Walt Whitman, a quien cita en extenso. Y su Santísima Trinidad la compondrían tres creaciones humanas: los viajes al espacio, el hipismo y la ecología. Del primero, traduciendo a la joya de la ciencia ficción, sacamos la predicción del futuro que nos espera. Sería el equivalente al espíritu santo. El hipismo y la ecología, tomarían la posición de padre e hijo, pues, a fin de cuentas, son lo mismo. En cualquier caso, solo entender la naturaleza con poesía nos salvará. Ernesto Sábato vivió sus últimos años repitiendo una y otra vez la misma idea. Porque esto de robar lo que es de Dios para dárselo al César, parece que no tiene futuro. Sobre todo, debido a la aceleración, que es una descarga de azúcar. Frente a ella, Ospina propone el ascetismo: Diógenes, Buda, Cristo. O la destrucción, que es lo que ocasiona el progreso concebido como religión, o la sencillez. Porque los engendros genéticos que nos metemos por el agujero de la cara que llamamos boca, solo propician el cambio climático. Los microbios ya son resistentes a los antibióticos. Los médicos, en lugar de unos lunáticos arrogantes, esclavos del trabajo y despojados de toda humanidad, deberían cambiar su estatuto para retornar al vigilante que nos miraba como seres íntegros, como humanos. Ese es uno de los ejemplos que Ospina propone en este ensayo, que deberíamos leer a falta de los libro de Diamond y Wilson.
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