Del viaje como arte
Travesías
por España, Francia, Italia y el Mediterráneo
Edith
Wharton
Traducción
de Teresa Gómez Reus, Ana Eiroa y Patricia Fra
La
línea del horizonte
Madrid,
2016
263
páginas
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Con
pasos meditados, encontrando textos inéditos o recuperando lo mejor de cada
casa, la editorial La línea del horizonte
está consiguiendo hacerse con uno de los catálogos de libros de viaje más
exquisitos del país. El esmero y cuidado que pone en la edición de cada una de
las obras es motivo más que suficiente para dejar un hueco en nuestras
estanterías destinado a sus libros. Ninguno decepciona y se vigila mucho que el
volumen sea, independientemente de la calidad del texto, un objeto hermoso. Lo
último con lo que nos sorprende es con una recopilación de textos de Edith Wharton (Nueva York, 1862 - Saint-Brice-sous-Forêt, 1937), la escritora
estadounidense que renegó en buena medida de su cuna para inventarse. Y a
través de la lectura de esta selección comprendemos las razones de una y otra
cosa. El mundo es muy ancho, mucho más de lo que permiten las habituales
licencias literarias de Estados Unidos, y las posibilidades de madurar la
sensibilidad y los sentidos, es decir, el saber querer, se amplían cuando uno
reconoce que más allá del horizonte que ve hay un espacio sideral que no va a
decepcionarnos. Wharton abandonó muy pronto sus miedos, al menos los que atañen
a la pisada, y poco a poco fue abandonando también los que se refieren al
contacto, a la piel, que es donde sentimos las caricias y los arañazos, y por
tanto a la humanidad.
El primer bloque en que se divide el libro recoge impresiones
a vuela pluma de un crucero por el Mediterráneo. Wharton es todavía una
escritora inmadura, pero con unas purísimas ganas de aprender. Casi todo lo que
vierte en negro sobre blanco son impresiones visuales. Y, con honradez,
reconoce los límites del lenguaje para trasladar al lector las impresiones que
van erizándole los sentidos allí donde hace escala el barco; sobre todo, las
que tienen lugar en Túnez. Pero esa forma de dar fe es imprescindible antes de
que madure el fruto. El cual lo hará casi inmediatamente. Porque el sonido de
sus frases cuando retrata los ambientes italianos, las asociaciones de ideas,
los recursos verbales y los adjetivos, la soltura de las expresiones, los
toques comedidos de humor y, por encima de todo, la selección del detalle, del
detalle del lugar, del detalle de los rasgos de la gente, convierten su mirada
en una forma de entender el alma. Asiste a cualquier evento con el ansia de
sentirse impresionada como en la ópera, pero en esas grandes producciones
teatrales falta lo que ella añade, que es la timidez del cariño. Para Wharton,
un paisaje es memoria y dignidad. Lee en lo que ve con una sana melancolía por
un pasado que no ha conocido. Y cuando no lo encuentra en el interior, lo
hallará en los frescos y detalles escultóricos de las pequeñas iglesias, de los
pequeños monumentos que sale a buscar pisando fuera de las rutas de las
postales.
Más adelante, cambiará los carruajes por los primeros
automóviles. Wharton sostiene que el viaje es más auténtico si uno no está
sujeto a los límites de las vías de tren o de transportes públicos. En Francia,
primer país que recorre con el empuje de la gasolina, se deja llevar por los
mitos: persigue las huellas de George Sand o la leyenda de los bosques de
Fontaneibleau. Viajar es poder llevar a cabo un deseo quimérico. Y sus
expresiones son siempre de momentos felices, porque, extrañamente, Wharton parece
convencida de que basta la mirada para construir la felicidad. Esta hipótesis
sube exponencialmente al recorrer Marruecos con la idea romántica de estar
asistiendo a estampas de otro siglo. La impresión que da es la de un
adolescente descubriendo la vida, y esa ingenuidad vale su peso en oro cuando
tratamos de literatura. A esto cabe añadir que ya no es una mera espectadora.
Ahora actúa. Reconoce lo pintoresco del país y la humanidad común entre
culturas tan diferentes, pero denuncia la prisión en la que viven las mujeres,
la esclavitud o el fetichismo. Marruecos es un descubrimiento de doble filo:
para ella una etapa de gran crecimiento, para el diario que escribe, una
denuncia de miserias medievales.
Finalmente Wharton para por España en una cuarta parte del
libro en la que descubrimos su forma de trabajar. Excepto la entrada y la
salida del país, que es auténtica prosa poética, lo que sale a la luz es un
diario de apuntes en el que reconocemos la necesidad del movimiento. Del
movimiento libre, que es el del viajero, pues para ella el turismo liquida lo
étnico, que es lo que merece la pena conocer y respetar, porque uno no debería
conformarse con ser un buen americano burgués, una lección que sigue viva en la
actualidad y que puede extenderse a un mundo y una burguesía cada vez más
americana, a lo largo y ancho del planeta.
Fuente: Culturamas
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