Diario irlandés
Heinrich
Böll
Traducción
de Joan Parra
Plataforma
Barcelona,
2015
180
páginas
Uno
se pasa la vida siendo emigrante dentro de su propio territorio, porque nuestro
territorio no puede ser otro que el planeta entero. Entre todos los meridianos
encontramos más gente que sea Nuestra
Gente que en los círculos más próximos. Esa es la primera impresión de Heinrich Böll (Colonia, 1917 –
Lagenbroich, 1985) a su llegada a Irlanda,
donde establece ya a primera vista sus vínculos con los pobres. Esa gente que a
mediados del siglo XX retornaban a sus hogares para dormir en colchones de
mazorcas de maíz o lavar la camisa en lavaderos públicos, tal y como hiciera la
propia madre de Böll tiempo atrás. Esa raíz es la que explica, en un epílogo,
por qué de entre todas las opciones escogió aquella Irlanda como un viaje a los
suburbios, al orgullo de la pobreza. Ya en los primeros párrafos muestra la
resignación con que terminará despidiéndose: con la sensación de escuchar un
grito de auxilio al que no puede responder. Al mismo tiempo, reconoce lo mítico
de la tierra irlandesa, esa imaginación que la une a territorios como Gales o
Galicia, que es capaz de traducir a los cuadros reales que se presentan frente
a él.
Porque
Böll no viaja para visitar monumentos ni para presumir de fortuna, ni siquiera
para encontrarse con los personajes más peculiares del lugar. Böll busca otro
territorio, otro paisaje, alejarse de lo anecdótico que le rodea en su vida
alemana, revisar si suceden dos tiempos históricos a la vez, separados por tan
pocos kilómetros. Sus primeras páginas las dedicará a una enunciación que
representa mucho más que los tópicos de un país: a compartir el té, a reconocer
el dolor, a mancharse con la turba, a sentir la fe y el escepticismo sin que
haya dicotomía, a ver pasividad en la misma estampa que ve movimiento, al
whiskey, al gris de la lluvia, al musgo, a los muros y las ruinas, a
desesperarse con el verde. Todo ello con generosas metáforas que identifican
los sonidos por colores. Todo con una sensibilidad que pone la piel de gallina
a pesar del permanente olor a tabaco. Porque frente a los niños y a los
borrachos, frente a los mendigos y a la vida lúgubre del interior de un
supuesto hogar donde se intenta sentir la vida a pesar del diluvio que cae
afuera, uno no puede permanecer indiferente. Para Böll los irlandeses son un
pueblo con esperanza de verano, pero también con es maldición de la esperanza
que es la espera, y por tanto la inacción.
Llega
un momento en que la facilidad para la escritura de Böll se convierte en una
cascada de descripciones con tanta fuerza como impone la realidad. Con lirismo,
sí, pero con un lirismo demoledor, con el que confía encontrar el sistema de
coordenadas que le permita revelar con la memoria, con el testimonio del viaje,
el ritmo litúrgico del desfavorecido pueblo irlandés de entonces. Böll ha sido
uno de los grandes escritores del siglo XX porque pocos han sabido observar con
tanto vigor como él. Por ser empático y emotivo. Por no caer en sensiblerías
cuando trata de la poesía de la desgracia y del naufragio.
Fuente: La línea del horizonte
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