Billete al fin del mundo
La
historia del Transiberiano el tren que cambió Rusia
Christian
Wolmar
Traducción
de David Paradela López
Península
Barcelona,
2017
303
páginas
Demasiado
atareado por culpa del mecanismo de los relojes, cada vez más pequeños, por
reducir el espacio en el que guardar información o por construir un nanomotor
con tres átomos, demasiado ocupado por vigilar la velocidad de un electrón
dando vueltas idiotas alrededor de un círculo y extraer una fórmula lo más
exacta, lo más precisa posible, el hombre, demasiado ocupado, se ha vuelto un
auténtico miope. Existe una rama de la crítica literaria que se conoce en
inglés como close reading, que los
lectores de formación ortofilológica confunden con la miopía. Demasiado
preocupados por el mecanismo de la palabra, de la frase, del metatema, del
metatexto o de la subordinada, resulta que se olvidan de que o hay herida, o
estás muerto. Porque las heridas son privilegio de los vivos y la literatura
debe versar sobre ellas, aunque sea de manera histórica. Pongamos por caso que
el planeta es el cuerpo vivo y la línea más larga de ferrocarril, el
Transiberiano, es la herida. Pero sabemos que el cuerpo sana, que las plaquetas
y los antibióticos están actuando y que, si nos apetece, hasta podemos observar
la herida con humor. Entonces sí, entonces es literatura, con mucha vida y
poco, o nada, de metatexto.
Cuando
uno agarra este volumen, este Billete al fin del mundo, puede echarse a
temblar: un proyecto literario que abarque la historia de este tren, cada raíl,
cada paraje, cada semana, cada invierno, es como para echarse a temblar.
Demasiado ambicioso: una descripción de la Siberia anterior al ferrocarril y un
vistazo a las primeras líneas férreas rusas; por qué el Transiberiano se
convierte en un asunto político tan importante a finales del siglo XIX:
protagonistas y detractores; el tipo que impulsó la línea de manera definitiva;
el decenio clave en el primer transiberiano, las adversidades, las
enfermedades, el clima, la corrupción, la mano de obra; experiencias de los
primeros viajeros -terribles-, en ocasiones jugándose el tipo; la guerra
ruso-japonesa y el transiberiano como eje alrededor del que se arma el
conflicto; el impacto en Siberia y lo que significa Siberia tras la
implantación definitiva del ferrocarril, la nueva tierra prometida, la
industria y la agricultura; la remodelación del trayecto para evitar suelo
manchú y que pase solo por Rusia; la sangría de la guerra civil, la revolución
rusa, y qué implica el Transiberiano en su desenlace; el periodo de entre
guerras y los gulags, la mala imagen y la propaganda; la industrialización
alrededor de la línea del Transiberiano y la repoblación de Siberia; el daño medioambiental
de la rama del Baikal Amur Magistral; breve repaso de la situación del
Transiberiano tras la Segunda Guerra Mundial, hasta nuestros días, y su impacto
en la historia del mundo.
Ahí
es nada. Christian Wolmar (Londres, 1949) nos promete un ladrillo, y nuestro
temor aumenta cuando confiesa su ideología proliberal. Pero el temor a un
análisis geopolítico y una aburrida sucesión de datos se disipa enseguida.
Wolmar es un escritor de primera clase. Sabe que más es menos y de ahí que
ninguna frase sea calderilla. Este es, en realidad, un libro para perder el
sueño. Escrito con un tono que pierde su desenfado cuando la tragedia se eleva,
cambiando de registro en cada capítulo, de modo que el centro de interés varíe
y así no tenga que apostar por la hipérbole para mantener al lector atento,
consigue meternos tan de lleno en la obra, que al terminar uno tiene la
sensación de que ha leído, de un tirón, la historia de la humanidad a lo largo
de los últimos ciento cincuenta años. Pero no de la humanidad en general, no.
Sino de todos y cada uno de nosotros. Billete
al fin del mundo es un libro que uno se alegra de haber leído, porque se
alegró de atreverse a leerlo.
Fuente: Culturamas
No hay comentarios:
Publicar un comentario